Page 33 - Luna de Plutón
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—Está bien, te acompaño.

       Pero antes de que el león pudiera echar un salto al suelo, la chica le bloqueó el
  paso con su enorme cuerpo, tecleando ávidamente en el monitor replegable la palabra

  «POLLO».

       La comisura de los labios de Knaach se torcieron.

       —¿Qué?  ¿Tienes  algún  problema?  —le  espetó,  irritada,  mientras  él  se  limitó  a
  quedarse callado, torciendo los ojos.

       La  puerta  automática  que  daba  paso  al  vagón  posterior  se  abrió  de  par  en  par,

  dejándolos pasar. Era parecido al que les había tocado, con la ligera variante que este,

  en cambio, estaba mejor iluminado, y traía más gente. Caminaron y pasaron a otro
  vagón que tenía un bar todavía mejor surtido que el que consiguieron abajo, otro que

  tenía mesas de billar y máquinas tragamonedas incorporadas a los lados, y otro que
                                 [4]
  era una sala de lectura .

       Claudia  se  sentía  maravillada  ante  tal  variedad  de  ambientes.  El  zumbido  de
  zancudo que hizo la siguiente puerta al abrirse fue el preludio a un pasillo muy largo y

  angosto, con una sola ventana alargada a ambos lados por todo lo que medía el vagón.

  Las  esponjosas  nubes  del  cielo  negro  lucían  como  un  manto  azulado  que  había

  quedado bajo ellos.
       No  tardaron  en  ver  a  un  sujeto  sentado  en  el  suelo,  apoyado  a  la  pared,

  delgaducho, de pelos desordenados y grasosos, barba de un día y aspecto lánguido y

  desaseado, que les dirigió una mirada de mal humor.
       A  pocos  centímetros  de  sus  pies  se  hallaban  folios  y  hojas  de  papel  repartidos

  desordenadamente,  y  usaba  su  propia  cadera  para  mantener  apoyado  un  trozo  de

  cartón que tenía escrito «Dibujo por comida».
       A pesar que el sujeto los seguía con una desagradable mirada, Claudia y Knaach

  caminaron hombro a hombro, intentando ignorarlo. Pero cuando pasaban frente a él,

  la niña ogro cometió el error de girar la cabeza y ver uno de sus dibujos.

       —¿Lo vas a comprar?
       —N-no, solo veía.

       El artista hizo un mohín de desprecio y fastidio, y volteó la cabeza hacia la puerta

  automática. Por momentos, su horrible cuello pareció estar hecho de arcilla cruda, los

  pelos de su barba lucían como pequeñas espinas negras.
       —¿Qué son? —preguntó, poniendo ambas manos sobre sus rodillas, inclinándose

  un poco para poder ver mejor sus trabajos.

       —¿Estás ciega o eres imbécil? Son emparedados de moco de cerdo con sudor de
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