Page 29 - Luna de Plutón
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—Son veinte plutos —anunció la vendedora, colocándose la dentadura de vuelta

  en la boca.
       Claudia  se  quedó  brevemente  en  silencio,  meditabunda,  pero  pronto  reaccionó,

  buscando su monedero.

       Veinte  plutos,  obviamente,  era  un  precio  muy  alto.  Si  hubiese  ido  sola,  habría

  tenido que pagar solo diez, y ya era una cifra considerable.
       Las mejillas se Knaach se pusieron rojas. El león cerró los ojos, avergonzado, y

  miró a otro lado.

       Los  dos  boletos  salieron  expulsados  por  un  tubo  con  forma  de  trompeta.

  Reanudaron  el  paso  en  forma  más  relajada,  el  bastón  se  levantó  frente  a  ellos,  y
  pasaron a la sala de espera.

       Los últimos pasajeros se agolpaban al final frente a las puertas automáticas que

  daban paso al andén, como un puño de carne molida siendo tragada por una máquina.
       Claudia  estaba  ansiosa  por  viajar  en  tren,  porque  nunca  lo  había  hecho.  En  su

  corta  vida,  jamás  tuvo  la  oportunidad  de  hacer  nada  muy  divertido,  desde  hacía

  mucho,  en  Ogroroland,  no  había  tiempo  para  las  distracciones.  Inclusive,  la  nave
  espacial que la trasladó a Plutón (por cuestiones de seguridad) tuvo que ser una gran

  Recicladora  de  Basura.  Fue  por  ello  que  nunca  se  esperó  que  lo  que  vería,  justo

  cuando las puertas automáticas se deslizaron hacia los lados, sería tan impresionante.

       El  tren  aéreo  era  rojo  y  tan  brillante,  que  las  luces  proyectadas  sobre  él
  encandilaban. Levantó la cabeza y pudo verse a sí misma reflejada en la forma óvala y

  clásica que tenía la locomotora principal, en cuyo frente había una insignia de plata

  que mostraba una «P» de Plutón en relieve.

       Los vagones eran muy altos y las hileras de ventanillas (una infinita fila abajo y
  otra encima) revelaba que tenía dos pisos. Solo bastaba con girar la cabeza hacia la

  derecha  para  ver  que  el  andén  recorría  varios  kilómetros,  llenos  de  cabezas  de

  personas.
       La extensa pulcritud del mismo era tal, que por momentos parecía que estuviese

  construido a partir de espejos.

       —Qué suerte —comentó Knaach, lentamente—. Nos ha tocado ver la parte más

  interesante, la locomotora.
       —¿Crees que podamos viajar ahí?

       El león se vio obligado a responder, avergonzado.

       —Por el precio de los pasajes, me parece que deberían darnos buenos puestos. Tal

  vez en el piso de arriba. La gente se iba apilando en filas ordenadas, mientras varias
  compuertas se abrían a través de los vagones, desde donde hermosas azafatas daban la
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