Page 28 - Luna de Plutón
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los obreros que construían, allá en el fondo, niveles extra para el nuevo tren
subterráneo.
Los últimos metros del puente estaban repletos de banderas a los lados, que
representaban los planetas y lunas de donde venían casi todos los turistas. En la
siguiente sección, tuvieron que subir por una grandiosa escalera de caracol, como si
fuese una torre que vista desde lo lejos parece una cadena genética.
Los zapatos de charol de Claudia, por momentos, parecían demasiado largos para
poder pisar con propiedad sobre las escaleras; la mitad de estos llenaban el resquicio.
A medida que ascendían, la planta principal de la pirámide quedaba poco a poco
debajo de ellos: desde ahí, toda una increíble cantidad de lámparas de araña se veían
distribuidas como si estuviesen posadas en un campo de fútbol boca abajo.
En el segundo piso se hallaban, por fin, unas casillas blancas, muy pulcras,
ovaladas (con forma de tostadoras) puestas en hileras, una al lado de otra, llenando el
espacio de en medio con bastones amarillos y negros que se levantaban
mecánicamente dejando pasar a algún pasajero que metía su boleto por la ranura de la
máquina registradora.
—Dos boletos, por favor —pidió Claudia, encontrando el camino libre, sin tener
que hacer fila.
—Llegan justo a tiempo —informó una mujer de aspecto furibundo y nariz
arrugada que tenía forma de anzuelo, tras el frío cristal—. ¿Quién es su acompañante?
Knaach puso sus dos patas delanteras sobre el mostrador, asomando su cara y su
tupida melena frente al cristal. La señora abrió sus ojos hasta tal punto que por
momentos parecía que estuviera intentando que se le salieran.
Su horrible garganta arrugada, que parecía piel de lagarto, hizo movimientos.
—¿Pretende llevar a esa bestia en el tren? —preguntó alterada.
—No soy una bestia. Me llamo Knaach de Ravencourt III, y quiero un boleto
también.
La mujer no pareció darse cuenta de que la dentadura postiza se le resbaló de las
encías y cayó dentro de su brassier.
—¿A fonfe fieren ir?
Claudia se rascó el cráneo con un dedo.
—Caray, no pensamos en eso.
—Pídele dos boletos libres —sugirió Knaach, rápidamente—. Podremos bajarnos
en cualquier estación con ellos.
La niña ogro mostró el puño con los dedos índice y medio levantados.
—Dos tickets… Libres.