Page 30 - Luna de Plutón
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bienvenida a la gente.

       Desde lejos, podían verse los codos, hombros y cabeza de Claudia sobresaliendo
  del mar de gente.









































       Ya podía oírse, desde dentro del tren, una amable voz mecánica que indicaba a los
  pasajeros  dónde  introducir  sus  pertenencias  y  en  qué  filas  sentarse.  Las  filas  se

  acortaban con rapidez, todos subían al andamio con sus equipajes y eran atendidos

  por la azafata para finalmente desaparecer en una luz brillante.

       La niña extendió el brazo para pasarle los boletos a la azafata, quien, de entrada,
  no vio a Knaach con muy buenos ojos.

       El tren era mucho más amplio de lo que hubieren podido imaginar: el pasillo entre

  las  filas  de  asientos  era  lo  suficientemente  angosto  como  para  que  cinco  personas
  pudieran caminar unas al lado de las otras sin problemas.

       Al  final  del  vagón  había  un  pequeño  bar  que  servía  bebidas,  las  ventanas  eran

  amplias, los asientos eran bastante anchos y esponjosos. Desde adentro todo era tan
  elegante  como  desde  afuera:  el  suelo  estaba  tapizado  por  una  alfombra  roja

  autolavable, y las ventanillas que permitían ver hacia el exterior lucían un vidrio tan

  impecable  que  no  dejaba  ganas  ni  de  respirar  cerca  de  él  para  no  empañarlo.  Las

  previsiones del león fueron ciertas: la azafata se encargó de hacerlos subir las escaleras
  que los llevaba hasta el segundo piso, que, aunque se veía más amplio aún (porque

  había menos hileras de asientos) era todavía más elegante, pero a la vez más oscuro y

  menos  alegre,  como  si  fuese  diseñado  especialmente  para  gente  rica.  Knaach  se
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