Page 12 - El cazador de sueños
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1988: Beaver también llora




           Decir  que  el  matrimonio  de  Beaver  no  había  sido  un  éxito  era  como  decir  que  el

           lanzamiento del Challenger había tenido contratiempos. Joe Clarendon, alias Beaver,
           y  Laurie  Sue  Kenopensky  duraron  juntos  ocho  meses;  luego…  ¡catacrac!  Adiós,
           muñeca, y a barrer los destrozos.
               Beaver no es de los que se amargan la vida. Pregúntaselo a cualquiera de los que

           salen con él y te lo dirá. Lo que ocurre es que pasa una mala racha. A sus amigos de
           siempre (los que considera amigos de verdad) sólo les ve una vez al año, durante la

           semana de noviembre en que se reúnen, y en noviembre pasado él y Laurie Sue aún
           estaban juntos. Vale que estaba la cosa negra, pero aún no se habían separado. Ahora
           se pasa la mitad del día (demasiado, lo reconoce hasta él) en los bares del puerto viejo
           de Portland: el Porthole, el Seaman's Club y el Free Street. Bebe demasiado, fuma

           demasiados porros y casi todas las mañanas le disgusta lo que ve en el espejo. Sus
           ojos  enrojecidos  esquivan  el  reflejo,  y  piensa:  Debería  salir  menos,  o  acabará

           pasándome como a Pete. Cágate lorito.
               Menos bares, menos salir cada día… Que sí, tío, que muy buena idea, pero luego
           vuelve a las andadas y a tomar por culo, oye. Este jueves toca el Free Street, y no

           puede faltar la cervecita en la mano, el porrete en el bolsillo y un instrumental del año
           de la pera en el jukebox, un poco a lo Ventures. Es un éxito de antes de la época de
           Beaver, que ahora mismo no se acuerda del título, aunque lo sabe, porque desde el

           divorcio  pone  mucho  las  emisoras  de  Portland  donde  emiten  canciones  de  las  de
           antes. Es un tipo de música que le relaja. La música de ahora, en muchos casos…
           Laurie  Sue  estaba  bastante  al  día,  y  le  gustaba,  pero  Beaver  no  acaba  de  verle  la

           gracia.
               El Free Street está casi vacío, aparte de cinco o seis tíos en la barra, otra media
           docena jugando a billar al fondo, y Beaver con tres colegas en un reservado, bebiendo

           Miller  de  barril  y  jugándose  a  las  cartas  cada  ronda.  ¿Cómo  cono  se  llama  el
           instrumental, con esos punteos de guitarra? ¿Out of Limits, de los MarKets? ¿Telstar?
           Qué va, qué va, ésa tiene un sintetizador, y aquí no se oye ninguno. Total, tampoco le

           importa a nadie un carajo. Los otros están hablando de Jackson Browne, que ayer dio
           un  concierto  en  el  Civic  Center  y  tocó  de  cágate,  o  eso  dice  George  Pelsen,  que
           estaba.

               —Os  voy  a  contar  otra  cosa  que  fue  de  cágate  —dice  George,  mirándoles  y
           dándose aires. Luego levanta la barbilla, que es de las flojas, y les enseña una marca
           roja al lado del cuello—. ¿Sabéis qué es esto?

               —Un chupetón, ¿no? —pregunta Kent Astor con cierta timidez.
               —¡Premio para el nene! —dice George—. Nada, que al final del concierto fui con
           unos colegas a ver si conseguíamos un autógrafo del Jackson, o al menos de David



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