Page 17 - El cazador de sueños
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Le da la espalda a Pete y empieza a llorar de verdad.
Pete la sigue unos pasos y la coge suavemente por un hombro.
—Un momento, Trish. Espere un poco.
Ha sido un descuido decir su nombre sin que se lo haya dicho ella, pero da igual,
porque está demasiado angustiada para darse cuenta de que no se han presentado.
—¿De dónde viene? —pregunta él—. No es de Bridgton, ¿verdad?
—No —dice ella—. Tenemos las oficinas en Westbrook. Inmobiliaria Dennison.
Los del faro. ¿Sabe?
Pete asiente con la cabeza, como si le sonara a algo.
—De ahí vengo, pero me he parado en la farmacia de Bridgton para comprar
aspirinas. Antes de las presentaciones importantes siempre me da dolor de cabeza,
por los nervios, y ahora es como un martillo…
Pete asiente con gesto compasivo, porque sabe de qué va; claro que sus jaquecas,
por lo general, se deben a la cerveza, más que a los nervios, pero bueno, tiene
experiencia.
—Como me sobraba tiempo, también he entrado a tomar un café en la tienda
pequeña que hay al lado de la farmacia. Por la cafeína: va bien para el dolor de
cabeza.
Pete vuelve a asentir. El psicólogo es Henry, pero ya le ha dicho Pete más de una
vez que para ser buen vendedor hay que saber mucho de cómo funciona el cerebro
humano. Ahora, viendo tranquilizarse un poco a su nueva amiga, se alegra. Mejor.
Intuye que puede ayudarla, a condición de que se lo permita. Siente que está listo
para el clic, y le gusta. No es que sea nada del otro mundo, ni que vaya a hacerle rico,
pero le gusta ese clic.
—Y también he entrado en Renny's, en la acera de enfrente. Me he comprado un
pañuelo, por la lluvia… —Se toca el pelo—. Luego he vuelto al coche… ¡y ya no
estaban esas llaves cabronas! He desandado el camino desde Renny's a la tienda, y
luego a la farmacia, ¡y no están! ¡No podré llegar a tiempo!
Vuelve a instalarse la angustia en su voz, mientras echa otro vistazo al reloj de
pared. Para Pete, el tiempo parece un caracol; para ella, un bólido. Es lo que
diferencia a la gente, piensa Pete. Como mínimo a una persona.
—Tranquila —dice—. Relájese unos segundos y escuche. Ahora, si le parece,
salimos, volvemos juntos a la tienda y buscamos las llaves del coche.
—¡No están! He mirado en todos los pasillos, en la estantería de las aspirinas, se
lo he preguntado a la chica de la caja…
—Con mirar otra vez no se pierde nada —dice él.
Y la dirige hacia la puerta con una leve presión de la mano en la región lumbar,
para que le acompañe. Le gusta su perfume, y más le gusta su cabello. Mucho. Si es
tan bonito lloviendo, ¿cómo será en un día de sol?
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