Page 14 - El cazador de sueños
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es muy raro. De repente sólo le apetece salir, llenarse los pulmones de aire fresco y
           salobre y encontrar una cabina. Quiere llamar por teléfono a Jonesy y Henry, da igual
           cuál de los dos, decirles «Qué pasa, tío», y que le conteste uno u otro: «Pues nada,

           Beaver, MMDD. Ni rebotes ni partidos.» Se levanta.
               —¿Adonde vas, tío? —dice George.
               Beaver  y  George  estudiaron  juntos  los  dos  primeros  años  de  carrera.  Entonces

           George parecía un tío legal, pero de eso hace la tira y media de cervezas.
               —A mear —dice Beaver, cambiándose de lado el palillo. —Pues mea deprisa,
           capullo, porque estoy a punto de llegar a lo interesante —dice George.

               No llevaba nada debajo, piensa Beaver. Hoy la sensación es más fuerte que de
           costumbre;  debe  de  ser  el  barómetro,  o  algo.  George  baja  la  voz  y  dice:  —Al
           levantarle la falda…

               —No lo digas: no llevaba nada debajo —dice Beaver, que advierte la mirada de
           sorpresa de George, pero la ignora—. Eso no me lo pierdo.

               Se  aleja  del  grupo,  camina  hacia  el  lavabo  de  hombres  (con  su  olor  amarillo-
           rosado a pipí y desinfectante), pasa de largo, deja atrás el de mujeres, deja atrás la
           puerta donde pone PRIVADO y sale a la calle. El cielo está blanco y presagia lluvia,
           pero se respira buen aire. Qué gusto. Se llena los pulmones y vuelve a pensar. Ni

           rebotes ni partidos. Sonrió un poco.
               Luego camina diez minutos mordiendo palillos, sólo para despejarse la cabeza.

           En un momento dado (no recuerda exactamente cuál), tira el porro que llevaba en el
           bolsillo.  A  continuación  llama  a  Henry  desde  el  teléfono  del  estanco,  al  lado  de
           Monument  Square.  Prevé  que  saltará  el  contestador  (Henry  todavía  está  en  la
           facultad, haciendo un posgrado), pero resulta que está en casa y que contesta a la

           segunda señal.
               —¿Qué te cuentas, tío? —dice Beaver.

               —Ya ves —responde Henry—. Misma mierda, diferente día. ¿Y tú, Beav?
               Beaver cierra los ojos. Vuelve, pasajeramente, a estar todo bien, o todo lo bien
           que puede estar todo en un mundo tan hijoputa.
               —Pues mira, más o menos como siempre —contesta—. Tirando.


























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