Page 486 - El cazador de sueños
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           Sesenta kilómetros para Derry. Sesenta kilómetros entre Owen y yo, pensó Kurtz. No
           está  mal,  no.  Voy  a  por  ti,  chaval.  Tengo  que  enseñarte  un  par  de  cosas.  Lo  que

           olvidaste al cruzar la línea de Kurtz.
               Treinta kilómetros después, seguían en la casa, según testimonio tanto de Freddy
           como de Perlmutter, si bien el primero estaba un poco menos seguro de sí mismo. En

           cambio  Pearly  dijo  que  hablaban  con  la  madre,  refiriéndose  a  Owen  y  su
           acompañante. La madre no quería que se lo llevaran.

               —¿Llevarse a quién? —preguntó Kurtz, a pesar de que le importaba muy poco.
           ¿Que la madre les retenía en Derry, y gracias a ella acortaban la distancia? Pues bravo
           por la madre, con indiferencia de quién fuera y qué motivos tuviera.
               —No lo sé —dijo Pearly, quien, desde la conversación de Kurtz con el conductor

           del quitanieves, casi no había sufrido movimientos intestinales. Eso sí: a juzgar por la
           voz  estaba  agotado—.  No  puedo  verlo.  Hay  alguien,  pero  es  como  si  no  tuviera

           cerebro.
               —¿Freddy?
               Freddy negó con la cabeza.
               —Yo con Owen ya no conecto. Casi no oigo ni al del quitanieves. Parece… no

           sé… como perder una señal de radio.
               Kurtz  se  inclinó  para  examinar  de  cerca  el  Ripley  de  la  mejilla  de  Freddy.  La

           pelusa del centro seguía igual de roja, pero la de los bordes se ponía cenicienta.
               Se está muriendo, pensó Kurtz. O la mata el organismo de Freddy, o el medio
           ambiente. Tenía razón Owen. ¡Caray!
               Sin embargo, no cambiaba nada. La línea seguía siendo la línea, y Owen la había

           cruzado.
               —El del quitanieves —dijo Perlmutter con la misma voz de cansancio.

               —¿Qué le pasa, nene?
               Perlmutter, sin embargo, se ahorró la respuesta. Justo delante, parpadeando entre
           la  nieve,  vio  una  señal:  SALIDA  32  GRAND-VIEW/ESTACIÓN.  De  repente  el

           quitanieves aceleró levantando la pala, y el Humvee volvió a correr por una capa de
           polvo  resbaladizo  cuyo  grosor  rebasaba  los  treinta  centímetros.  El  conductor  del
           quitanieves  ni  siquiera  puso  el  intermitente.  Se  limitó  a  meterse  por  la  salida  a

           ochenta por hora dejando un pasillo en la capa de nieve.
               —¿Le seguimos, jefe? —preguntó Freddy—. ¡Podemos cogerle!
               Kurtz  reprimió  el  violento  impulso  de  decirle  a  Freddy  que  adelante,  que  se

           enterase el muy hijo de puta de cómo se castigaba cruzar la línea. Nada mejor que
           una  dosis  de  la  medicina  de  Owen  Underhill.  Ocurría,  sin  embargo,  que  el
           quitanieves  era  mayor,  mucho  mayor  que  el  Humvee,  y  a  saber  cómo  acabaría  la



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