Page 488 - El cazador de sueños
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           Ciento  cincuenta  kilómetros  al  norte  de  la  posición  de  Kurtz,  y  a  unos  tres  de  la
           confluencia  de  carreteras  secundarias  donde  habían  apresado  a  Henry,  la  nueva

           comandante de los Imperial Valley (mujer atractiva aunque seria, de algo menos de
           cincuenta años) estaba al lado de un pino, en un valle cuyo nombre en clave era Clean
           Sweep One, «Barrido Uno». Era literalmente el valle de la muerte. Estaba sembrado

           en toda su extensión de cadáveres amontonados y enredados, en su mayoría con ropa
           naranja  de  caza.  En  total  pasaban  de  los  cien.  Los  cadáveres  con  documento  de

           identidad encima lo tenían enganchado al cuello con cinta adhesiva. La mayoría de
           los  muertos  llevaban  permiso  de  conducir,  pero  también  había  tarjetas  Visa  y
           Discover,  y  permisos  de  caza.  A  una  mujer  con  un  boquete  negro  en  la  frente  le
           habían puesto en el cuello el carnet del videoclub Blockbuster.

               Kate  Gallagher  estaba  al  lado  del  montón  más  grande,  haciendo  un  recuento
           aproximado para la redacción del segundo informe, tenía en una mano un ordenador

           Palm Pilot, herramienta que le habría envidiado con seguridad Adolf Eichmann, el
           célebre contable de la muerte. Hasta hacía unas horas no funcionaban los Palm Pilots,
           pero el instrumental electrónico había vuelto a activarse.
               Kate tenía puestos unos auriculares, y un micro colgando delante de la mascarilla.

           De  vez  en  cuando  pedía  aclaraciones  o  daba  órdenes.  Kurtz  había  escogido  una
           sucesora entusiasta y eficiente. Gallagher sumó los cadáveres de todas las zonas y

           calculó  que  habían  cazado  como  mínimo  al  sesenta  por  ciento  de  los  fugitivos.
           Habían plantado cara, lo cual no dejaba de ser una sorpresa, pero el balance final era
           sencillo: la mayoría de ellos no eran supervivientes.
               —¡Yuju, Katie!

               Jocelyn McAvoy apareció entre los árboles del fondo sur del valle con la capucha
           bajada, una bufanda amarilla de seda tapándole el pelo corto y el arma al hombro. Se

           había salpicado de sangre la parte delantera de la parka.
               —Te he asustado, ¿eh? —preguntó a la nueva comandante.
               —No te digo que no me haya subido la presión uno o dos puntos.

               —Bueno, pues el cuadrante cuatro está limpio. Así puede que sean menos. —
           McAvoy tenía los ojos brillantes—. Nos hemos cargado a cuarenta. El total puro y
           duro lo sabe Jackson. Hablando de cosas duras, me muero de ganas de…

               —Perdonen, señoritas…
               Se giraron las dos. En los matorrales nevados del extremo norte del valle había
           aparecido un grupo de media docena de hombres y dos mujeres. Casi todos iban de

           naranja, pero el cabecilla, un tío muy cuadrado, llevaba debajo de la parka un mono
           reglamentario de Blue Group. Tampoco se había quitado la mascarilla transparente,
           pese a tener debajo de la boca una mancha de Ripley que era cualquier cosa menos



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