Page 493 - El cazador de sueños
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Fue Owen, al final, quien cogió a Roberta de los brazos y (atento al reloj, muy
consciente de que cada minuto —y pasaban deprisa— acercaba otro kilómetro a
Kurtz) le explicó por qué tenían que llevarse a Duddits aunque estuviera tan enfermo.
Ni siquiera en aquellas circunstancias confiaba Henry en poder pronunciar las
palabras «quizá esté en sus manos el destino del mundo» sin que se le escapara la
risa. Underhill, que se había pasado la vida armado, podía y lo hizo.
Duddits seguía abrazando a Henry y mirándole extasiado con sus ojos verdes
brillantes. Eran de lo poco que no había cambiado, al igual que la sensación de tener
cerca a Duddits: la de que no pasaba nada malo, ni pasaría.
Roberta miraba a Owen como si cada frase que le oía pronunciar la envejeciera.
Era como asistir al funcionamiento de un mecanismo maligno de fotografía a
intervalos.
—No —dijo—, si ya entiendo que queráis encontrar a Jonesy 7 cogerle, pero ¿él
qué quiere hacer? Y ¿por qué no lo ha hecho aquí, si ya ha pasado por el pueblo?
—Eso, señora, no se lo puedo contestar… —Aua —dijo Duddits de pronto—.
Yonsy quere aua. «¿Qué ha dicho?» —preguntó a Henry el cerebro de Owen. «Ya te
lo explicaré —contestó Henry. De repente Owen le oía como de muy lejos—.
Tenemos que marcharnos.»
—Señora… Señora Cavell… —Owen volvió a cogerle los brazos con dulzura.
Henry le tenía mucho cariño a aquella mujer, aunque durante diez o doce años la
hubiera sometido a un olvido tan cruel. Owen comprendía sus sentimientos. No había
más remedio que quererla—. Tenemos que irnos.
—No… No, por favor.
Más lágrimas, y Owen queriéndole decir: «No llore, señora, que bastante mal
están las cosas. Por favor, no llore.»
—Viene un hombre, un hombre muy malo. No puede encontrarnos aquí.
El rostro acongojado de Roberta reflejó una firme decisión.
—Bueno, si no hay más remedio… Pero yo también voy.
—No, Roberta —dijo Henry.
—¡Sí! Así puedo cuidarle… darle las pastillas… la Prednisona… Me llevaré las
pastillas de limón, y…
—Tute queda, mamá.
—¡No, Duddie, no!
—¡Tute queda, mamá!
Duddits empezaba a ponerse nervioso.
—Perdone, pero es que se nos acaba el tiempo.
—Roberta —dijo Henry—. Por favor.
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