Page 497 - El cazador de sueños
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Roberta le miró de arriba abajo.
—Te quiero, Douglas. Siempre has sido buen hijo, y te quiero como a nadie. Ven,
dame un beso.
Se lo dio. La mano de Roberta acarició su mejilla con barba de varios días. A
Henry le costaba mirar, pero lo hizo. No podía evitarlo: era como una mosca en una
telaraña. Los atrapasueños también eran trampas.
Duddits dio otro besito a su madre, pero sus ojos verdes y brillantes ya miraban a
Henry y la puerta. No veía el momento de salir. ¿Porque sabía lo cerca que estaban
los perseguidores de Henry y su amigo? ¿Porque era una aventura como las de los
cinco en los viejos tiempos? ¿Por ambas cosas? Sí, probablemente por ambas.
Roberta le soltó. Sus manos soltaron a su hijo por última vez.
—Roberta —dijo Henry—, ¿por qué no nos dijiste cómo estaba? ¿Por qué no
llamaste?
—¿Y vosotros? ¿Por qué no vinisteis ni una vez? Henry podría haber hecho otra
pregunta (¿por qué no les había llamado Duddits?), pero habría sido falsa. Duddits les
había llamado varias veces desde marzo, cuando el accidente de Jonesy. Se acordó de
Pete sentado en la nieve al lado del Scout volcado, bebiendo cerveza y escribiendo
DUDDITS una y otra vez. Duddits abandonado a su suerte en el país de Nunca
Jamás, muriéndose, mandando mensajes cuya única respuesta era el silencio. Al final
había venido uno de los cuatro, pero sólo para llevársele sin otro equipaje que una
bolsa de pastillas y la fiambrera amarilla de siempre. El atrapasueños no tenía bondad
para nadie. Siempre, desde el primer día, le habían deseado a Duddits lo mejor. Le
habían querido de corazón. Y sin embargo, en qué paraba todo. —Cuídale, Henry. —
La mirada de Roberta se desplazó hacia Owen—. Y usted también. Cuide a mi hijo.
Henry dijo: —Lo intentaremos.
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