Page 500 - El cazador de sueños
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Kurtz estuvo contento (dentro de lo que cabía) hasta que vieron las balizas y las luces
azules de policía llenando de parpadeos el flojo amanecer, y detrás un vehículo
enorme, volcado como un dinosaurio muerto. Delante de todo había un policía tan
abrigado que no se le veía la cara, dirigiéndoles hacia una salida.
—¡Mierda! —escupió Kurtz. Tuvo que reprimir el impulso de desenfundar la
pistola y liarse a tiros, consciente de que sería un desastre (el camión estaba rodeado
de polis). Aun sabiéndolo, el impulso casi no se dejó dominar. ¡Con lo cerca que
estaban! ¡Y ganando terreno, por los clavos de Cristo! ¡Y ahora les paraban!—.
¡Mierda, mierda y mierda!
—¿Qué quiere que haga, jefe? —preguntó Freddy, impasible al volante, aunque
también había sacado el arma (un fusil automático) y la tenía en las rodillas—. Para
mí que si sigo podemos pasar de largo por la derecha, y en un minuto ya no nos ven
el pelo.
Kurtz tuvo que reprimir otro impulso, el de contestar: «Eso, Freddy, acelera, y si
se te pone delante algún chorra de azul le pegas un tiro.» Quizá Freddy consiguiera
pasar… y quizá no. Se parecía a demasiados pilotos, con quienes compartía la
errónea creencia de que sus habilidades aéreas se correspondían a las terrestres. Para
más inri, si pasaban les tendrían fichados, y eso, después de la orden de punto final
del general Randall de los huevos, no se podía aceptar. Le habían anulado el permiso
de salida inmediata de la cárcel. Ahora iba por libre.
Seamos astutos, pensó, que para eso me pagan tanto.
—Sé buen chico y ve por donde te dice —contestó Kurtz—. De hecho, al coger la
salida quiero que le saludes con toda la simpatía del mundo y le enseñes los pulgares.
Luego sigue hacia el sur y métete en la autopista en cuanto puedas. —Suspiró—.
¡Hay que tener mala leche! —Se inclinó hacia Freddy para verle la pelusa
blanquecina de Ripley de la oreja derecha, y susurró con ardor de amante— : Y como
la cagues, nene, te meto una bala por la nuca. —Tocó la zona donde se juntaban lo
blando del cuello con lo duro del cráneo—. Justo aquí.
No hubo cambios en la cara de palo de Freddy y sus facciones indias.
—Sí, jefe.
A continuación, Kurtz cogió por el hombro a Perlmutter, que estaba medio en
coma, y le sacudió hasta conseguir que abriera un poco los ojos.
—Déjame en paz, jefe, que tengo que dormir.
Kurtz aplicó el cañón de su pistola al cogote de su antiguo ayudante.
—Nanay. Venga, nene, arriba. Toca dar el parte.
Pearly gruñó, pero incorporándose. Al abrir la boca para hablar se le cayó un
diente por la parte de delante de la parka. A Kurtz le pareció un diente perfecto, sin
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