Page 501 - El cazador de sueños
P. 501

caries.
               Pearly  dijo  que  Owen  y  su  nuevo  amigo  seguían  en  Derry.  Excelente  noticia.
           ¡Yuju! La situación empeoró al cuarto de hora, cuando Freddy volvió a meterse en la

           autopista por una vía de acceso nevada. Era la salida 28, sólo dos antes de su meta,
           pero equivocarse significaba un par de kilómetros.
               —Han vuelto a ponerse en marcha —dijo Perlmutter, que, a juzgar por la voz,

           estaba débil y rendido.
               —¡Me cago en la leche!
               Kurtz  estaba  furibundo,  supurando  odio  inútil  a  Owen  Underhill,  quien  había

           pasado  a  simbolizar  el  conjunto  de  la  desgraciada  operación  (al  menos  para  Abe
           Kurtz).
               Pearly profirió un gemido grave, un sonido de desesperación completa. Volvía a

           hinchársele la barriga. Se la cogía con las dos manos y tenía mojadas las mejillas de
           sudor. Su cara, que nunca había destacado por apuesta, ganaba atractivo por el dolor.

               Se le escapó otro pedo largo y repulsivo, tan largo que parecía que no fuera a
           acabarse nunca. Oyéndolo, Kurtz retrocedió mil años y volvió a cuando había ido de
           campamentos y construían una especie de dispositivo con latas y cordel para montar
           escándalo.

               La peste que llenó el Humvee era la del cáncer rojo que crecía en la planta de
           tratamiento  de  aguas  residuales  de  Pearly,  el  cáncer  que  había  empezado

           alimentándose de sus desechos y ahora se comía lo bueno. Una atrocidad, pero todo
           tenía su lado bueno. Freddy estaba mejorando, y Kurtz no había llegado a contagiarse
           del Ripley (quizá fuera inmune; el caso es que se había quitado la mascarilla hacía un
           cuarto  de  hora  y  la  había  tirado  sin  darle  importancia).  En  cuanto  a  Pearly,  por

           enfermo  que  estuviera  (y  era  evidente  que  lo  estaba),  conservaba  el  valor  que  le
           confería tener un radar metido en el culo. Kurtz, por lo tanto, le dio una palmada en el

           hombro sin quejarse del olor. Tarde o temprano saldría la cosa de dentro, con efectos
           que cabía suponer terminantes para la utilidad de Pearly, pero ya llegaría el momento
           de preocuparse.
               —Aguanta —dijo Kurtz con ternura—. Dile que vuelva a dormirse.

               —¡Cretino… de… mierda! —dijo Perlmutter con voz entrecortada.
               —Eso, eso —asintió Kurtz—. Lo que tú digas, chavalín.

               ¿Qué era Kurtz, a fin de cuentas, sino un cretino de mierda? Owen le había salido
           un zorro cobardica, y ¿quién le había metido en el gallinero?
               Ya estaban a la altura de la salida 27. Kurtz miró la vía de acceso y le pareció ver

           las huellas del Humvee que llevaba Owen. Arriba, a izquierda o derecha del paso
           elevado, estaría la casa objeto del desvío inexplicable de Owen y su amigo. ¿Para qué
           lo habían hecho?

               —Han pasado a recoger a Duddits —dijo Perlmutter.




                                        www.lectulandia.com - Página 501
   496   497   498   499   500   501   502   503   504   505   506