Page 506 - El cazador de sueños
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El cuarto siete del señor Gray había sido el Dodge con su canino pasajero. ¿Qué
           había  hecho?  ¿Darle  de  comer  al  perro  un  trozo  de  cadáver  de  gris?  ¿Ponerle  el
           cadáver  en  la  nariz  y  obligarle  a  respirarlo?  No,  era  mucho  más  verosímil  que  se

           hubiera  comido  un  trozo;  el  proceso  que  daba  nacimiento  a  las  comadrejas  no
           empezaba  en  los  pulmones,  sino  en  el  intestino.  Jonesy  vio  una  imagen  fugaz  de
           McCarthy perdido en el bosque. Beaver le había preguntado: «¿Se puede saber qué

           has  comido?  ¿Cacas  de  marmota?»  ¿Y  McCarthy?  ¿Qué  había  contestado?
           «Arbustos, musgo… No sé, cosas. Es que me entró un hambre…»
               Cómo no. Perdido, asustado y hambriento, no se había fijado en las manchas rojas

           de byrus que había en las hojas de algunos arbustos, ni en las del musgo que se había
           metido  en  la  boca  y  que  se  había  tragado  venciendo  las  ganas  de  vomitar,  por  el
           simple motivo de que en algún momento de su vida de dócil abogado, de cristiano de

           misa semanal, había leído que cuando se estaba perdido en el bosque lo mejor era
           comer musgo, porque seguro que no era venenoso. ¿Tragar un poco de byrus (motas

           casi invisibles flotando en el aire) equivalía en todos los casos a incubar un monstruo
           sanguinario como el que había destrozado a McCarthy y matado a Beav? Quizá no,
           como  no  se  quedaban  embarazadas  todas  las  mujeres  que  mantenían  relaciones
           sexuales sin protección, pero en el caso de McCarthy había funcionado… Como en el

           de Lad.
               —Sabe lo de la casa —dijo Jonesy.

               Por supuesto. La casa de Ware, unos cien kilómetros al oeste de Boston. Y seguro
           que sabía la historia de la rusa, como todo el mundo. Jonesy se acordaba de haberla
           contado. Era demasiado truculenta, demasiado buena para no divulgarla. Corría por
           Ware,  por  New  Salem,  por  Cooleyville,  por  Belchertown,  por  Hardwick,  por

           Packardsville, por Pelham… Por todos los alrededores. ¿Alrededores de qué, si podía
           saberse?

               Pues  de  qué  iba  a  ser,  del  Quabbin.  El  embalse  de  Quabbin,  que  suministraba
           agua  a  Boston  y  su  área  metropolitana.  ¿Cuánta  gente  bebía  agua  del  Quabbin  a
           diario? ¿Dos millones? ¿Tres? Jonesy no estaba seguro, pero muchísima más que la
           que había bebido la del depósito de Derry en toda su historia. El señor Gray sacando

           sietes seguidos, haciendo historia y a punto de conseguir que saltara la banca.
               Dos o tres millones de personas. El señor Gray quería presentarles al collie Lad, y

           al nuevo amigo de Lad. Y, una vez introducido en el nuevo medio, el byrus arraigaría.


















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