Page 505 - El cazador de sueños
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sino su propio cerebro. ¿Por qué no podía hacerle callar? Total, ¿de qué servía, si
estaba más aislado que la hostia? Era un motor sin transmisión, un carro sin caballo;
era el cerebro de la película Donovan's Brain, mantenido con vida en un tanque de
líquido turbio y soñando sueños inútiles.
«¿Qué quiere? Empieza por ahí.»
Jonesy miró el atrapasueños, movido por flujos imprecisos de aire caliente.
Notaba el traqueteo del quitanieves, que era tan fuerte que hacía vibrar hasta los
cuadros. ¿Cómo se llamaba? Ah, sí, Tina Jean Schlossinger, y se suponía que había
una foto levantándose la falda y con el chocho al aire. ¿Cuántos adolescentes se
habían dejado engatusar por el mismo sueño?
Jonesy se levantó (casi de un salto) y empezó a dar vueltas por el despacho casi
sin cojear. Había pasado la tormenta y le dolía un poco menos la cadera.
Piensa como Hércules Poirot, se dijo; ejercita tus células grises. De momento
descarta tus recuerdos y concéntrate en el señor Gray. Piensa con lógica. ¿Qué
quiere?
Detuvo sus pasos. En realidad era obvio lo que quería el señor Gray. Había ido a
la torre-depósito (o a su antiguo emplazamiento) porque quería agua; y no cualquier
agua, sino la que acababa saliendo por los grifos de mucha gente. Agua potable. Pero
la torre-depósito ya no estaba, porque la había destruido la tormenta del 85 (ja, ja,
señor Gray, por fin te pillo), y el suministro de agua corriente de Derry se encontraba
al nordeste. Lo más probable era que el camino estuviera cortado por la tormenta,
además de que el suministro no estaba concentrado en un solo lugar. Por eso, después
de consultar el almacén de conocimientos accesibles de Jonesy, el señor Gray había
vuelto a ir al sur. Hacia…
De repente lo tuvo clarísimo. Perdió toda la fuerza de sus piernas y se cayó en la
alfombra sin notar el pinchazo de dolor de la cadera.
El perro. Lad. ¿Seguía teniéndolo?
—Pues claro que lo tiene —susurró—. Claro que lo tiene, el muy hijo de puta. Se
le huelen los pedos hasta aquí. Son clavados a los de McCarthy.
Aquel planeta era hostil al byrus, y sus habitantes luchaban con un vigor
sorprendente, surgido de hondos pozos de emoción. Mala suerte. Sin embargo, el
último gris superviviente había tenido una sucesión de golpes de suerte, como el
típico cazurro que va a Las Vegas y empiezan a salirle sietes a los dados: cuatro, seis,
ocho… ¡coño, doce seguidos! Primero había encontrado a Jonesy, su agente de
contagio, y le había invadido y conquistado. Después había encontrado a Pete, que le
había llevado a donde quería después de apagarse la luz flotante (el kim). Luego a
Andy Janas, el de Minnesota, que transportaba dos ciervos que se habían muerto de
Ripley. Al señor Gray no le habían servido de nada los ciervos… pero Janas también
transportaba el cuerpo en descomposición de un extraterrestre.
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