Page 499 - El cazador de sueños
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           Roberta  entró  en  el  dormitorio  de  Duddits  y  empezó  a  recoger  ropa  del  suelo.  Le
           desesperaba aquella manera de dejarlo todo tirado, aunque supuso que era la última

           vez. Cuando no llevaba ni cinco minutos notó una debilidad en todas las piernas y
           tuvo que sentarse en la silla de al lado de la ventana. Ver la cama, donde Duddits
           había ido pasando cada vez más tiempo, la afectaba mucho. La luz gris del amanecer

           en  la  almohada,  que  conservaba  la  depresión  circular  de  la  cabeza,  era  de  una
           crueldad indecible.

               Henry creía que les había dejado llevarse a Duddits por aquella idea de que el
           futuro del mundo podía depender de que encontraran a Jonesy, y lo antes posible,
           pero no: les había dado permiso porque era lo que quería Duddits. Cuando se está
           muriendo alguien, tiene derecho a gorras de béisbol firmadas. También tiene derecho

           a salir de excursión con los amigos.
               Aunque era duro.

               Era tan duro perderle…
               Se  puso  el  ovillo  de  camisetas  en  la  cara  para  no  seguir  viendo  la  cama,  pero
           encontró su olor: champú Johnson's, jabón Dial, y sobre todo (lo peor) la crema de
           árnica que le aplicaba en la espalda y las piernas cuando tenía dolores musculares.

               La  desesperación  hizo  que  tendiera  los  brazos  para  tocarle,  tratando  de
           encontrarle  en  compañía  de  los  dos  hombres  que  se  lo  habían  llevado,  como  una

           visita de los muertos, pero ya no había contacto mental.
               Se ha aislado de mí, pensó. Ella y Duddits habían vivido muchos años disfrutando
           (con algún que otro disgusto) de la telepatía que en ellos era normal, y que quizá se
           diferenciara poco de la de cualquier madre con hijos especiales (la compenetración

           que tantas veces había oído nombrar en las reuniones de ayuda, de las que ella y Alfie
           no eran asiduos), pero ahora ya no. Duddits se había aislado, señal de que sentía la

           inminencia de algo terrible.
               Duddits lo sabía.
               Con las camisetas en la cara, aspirando su aroma, Roberta volvió a llorar.
























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