Page 495 - El cazador de sueños
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—Roberta, que no… —empezó a decir Henry.
—Es un segundo.
Roberta salió disparada hacia la cocina. Por primera vez, Owen tuvo miedo de
verdad.
—Kurtz, Freddy y Perlmutter… ¡Henry, ya no sé dónde están! ¡Les he perdido!
Henry había desenrollado la parte de arriba de la bolsa para mirar qué había
dentro, y lo que vio encima de la caja de pastillas de glicerina con sabor a limón le
dejó de piedra. Contestó a Owen, pero como si le saliera la voz del fondo de un valle
cuya existencia, hasta entonces, no se sospechaba. Ahora sabía que existía ese valle.
Una hondonada de años. No negaría que alguna vez hubiera sospechado su
existencia, no podía negarlo, pero por Dios, ¿cómo era posible que hubiera
sospechado tan poco?
—Acaban de pasar por la salida 29 —dijo—. Les tenemos a treinta kilómetros.
Como máximo.
—¿Qué te pasa?
Henry metió la mano en la bolsa marrón y sacó la red de cordeles, parecidísima a
una telaraña, que había estado colgada sobre la cama de Duddits, y sobre la de Maple
Lañe antes de morir Alfie.
—¿De dónde lo has sacado, Duddits? —preguntó.
Claro que ya lo sabía. Era un atrapasueños más pequeño que el de la sala de Hole
in the Wall, pero no se diferenciaba en nada más.
—Bibe —dijo Duddits. No había dejado de mirar a Henry ni un segundo. Era
como si no acabara de creer en su presencia—. Me lonbió Bibe. Pada mi nabidá,
hazuna zemana.
Aunque la victoria de su cuerpo sobre el byrus estuviera diluyendo sus facultades
telepáticas, Owen lo entendió sin problemas. Duddits había dicho: «Me lo envió
Beaver para mi Navidad, hace una semana.» Las personas con síndrome de Down
tenían dificultades para expresar conceptos de pasado y futuro, y Owen sospechaba
que el pasado, para Duddits, siempre era hacía una semana, y el futuro dentro de otra.
Se le ocurrió que un mundo donde pensaran todos como él albergaría menos
sufrimiento y rencor.
Henry siguió mirando el atrapasueños pequeño de cordel. Después volvió a
meterlo en la bolsa marrón, justo cuando volvía Roberta. Al ver lo que traía, Duddits
sonrió de oreja a oreja.
—¡Cubidú! —exclamó—. ¡La fambera Cubidú!
La cogió y le dio a su madre un beso en cada mejilla.
—Owen —dijo Henry con los ojos brillantes—, tengo una noticia buenísima.
—Pues dímela.
—Acaban de encontrar un desvío. Un tractor con remolque que se la ha pegado
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