Page 491 - El cazador de sueños
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           El señor Gray había cometido otro asesinato y el robo de otro vehículo. Se trataba
           esta vez de un quitanieves. Jonesy no lo presenció. El señor Gray debía de haberse

           resignado a no poder sacarle del despacho (al menos hasta que pudiera abordar el
           problema  con  todo  su  tiempo  y  energía),  porque  optó  por  la  segunda  opción,
           consistente en aislarle del mundo exterior. Jonesy pensó que ya sabía cómo debía de

           sentirse Fortunato cuando Montressor le emparedaba en la bodega.
               Ocurrió  al  poco  tiempo  de  que  el  señor  Gray  hubiera  vuelto  a  poner  el  coche

           patrulla en el carril de la autopista que iba hacia el sur. (De momento sólo había uno,
           lo cual era peligroso.) Jonesy, mientras tanto, estaba en un armario, llevando a cabo
           una idea que le parecía brillantísima.
               ¿Que el señor Gray le había cortado la línea telefónica? Bueno, pues crearía otra

           forma  de  comunicación,  igual  que  había  creado  un  termostato  para  enfriar  el
           ambiente cuando el señor Gray había intentado sacarle a base de calor. Decidió que lo

           más apropiado era un fax. ¿Por qué no? Todos los aparatos eran simbólicos, puras
           visualizaciones que ayudaban a enfocar y ejercer unos poderes que llevaban más de
           veinte  años  dentro  de  él.  El  señor  Gray  había  detectado  dichos  poderes,  y,  tras  la
           inicial contrariedad, había tomado medidas del todo eficientes para impedirle su uso a

           Jonesy. El truco era seguir encontrando maneras de circundar los bloqueos del señor
           Gray, de la misma manera que éste seguía encontrándolas de desplazarse hacia el sur.

               Jonesy cerró los ojos y visualizó un fax como el del despacho del departamento
           de historia, con la diferencia de que lo instaló en el armario de su nueva oficina. Acto
           seguido, sintiéndose Aladino en el momento de robar la lámpara mágica (sólo que en
           su caso los deseos de los que se acordaba parecían infinitos, siempre y cuando no se

           pasara de la raya), también visualizó un fajo de papel y un lápiz negro Black Beauty.
           Por último, entró en el armario para ver cómo le había salido.

               A primera vista bastante bien… aunque el lápiz era un poco raro: afilado y sin
           usar, pero con marcas de dientes a lo largo. Aunque bueno, era como tenía que ser,
           ¿no? El que usaba lápices Black Beauty siempre había sido Beaver, hasta en primaria,

           cuando iban a Witcham Street. Los demás siempre habían tenido los típicos Eberhard
           Faber amarillos.
               El fax se veía irreprochable, bien asentado en el suelo, debajo de un lío de perchas

           vacías y sólo una chaqueta (la parka naranja chillón que le había comprado su madre
           para la primera excursión de caza, y que Jonesy, con la mano en el corazón, había
           prometido llevar «cada vez que salga»), y zumbaba tentador.

               La decepción fue arrodillarse delante y leer el mensaje de la ventanilla iluminada:
           JONESY RÍNDETE Y SAL.
               Levantó el auricular del lateral del aparato y oyó la voz grabada del señor Gray:



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