Page 88 - Las ciudades de los muertos
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grabados de la Description de l’Egypte son bastante buenos.
               Henry recorrió con el dedo un jeroglífico grabado en la piedra.
               —¿A quién perteneció esto?

               Leí el cartucho.
               —Amenemhat III.
               Se puso en pie y se sacudió el polvo de los pantalones.

               —Los grabados no son fotografías, Howard. Monsieur Maspero opina que sería
           un proyecto de gran valor.
               Un par de aves se precipitaron en la sala desde algún lugar que no acertaba a ver.

           Henry levantó la vista un instante y luego me miró. La presencia de aquellos pájaros
           no parecía molestarlo en absoluto. Cerca del techo, en la oscuridad, debía de haber
           más aves, ya que hasta mis oídos llegaba el sonido de sus alas y sus chillidos.

               —Los pájaros son siempre estridentes —observé a Henry—. Por alguna extraña
           razón, nunca han entrado pájaros cantores en este edificio.

               —Howard —su tono de voz era muy serio—. Monsieur Maspero opina que un
           estudio fotográfico de las pirámides sería un trabajo valioso.
               Algo me hizo hablar muy suavemente.
               —Tiene razón, por supuesto.

               —Bien, quiero ser de utilidad.
               Habíamos ido caminando por entre los colosos y Henry se detuvo a los pies del

           más  grande  de  todos,  el  de  Amenhotep  III.  El  soberano  observaba  al  infinito,  por
           encima de nuestras cabezas.
               —¿Cuál será el modo más adecuado de hacerlo?
               Reflexioné durante un instante.

               —Supongo que de norte a sur.
               —¿Por dónde empezaremos, entonces?

               —Atribis,  en  el  delta  —me  apoyé  en  un  pulgar  del  pie  del  faraón—.  Es  muy
           pequeña y poco conocida. En realidad, yo tampoco la conozco mucho, pero es la que
           queda situada más al norte.
               Henry hizo una pausa y observó a su alrededor.

               —Ahora me gustaría ver las momias.
               —¿Las del sótano? —no le había comentado nada. ¿Cómo podía estar enterado?

               —¿Es ahí donde está situada la sala de las momias?
               —¡Oh! —me había pillado desprevenido—. No, está en el primer piso.
               Nos acercamos hasta la escalera, decorada con hermosos papiros. Henry se dedicó

           a  examinarlos,  a  comentar  las  ilustraciones  y  a  pedirme  que  le  tradujera  algunos
           fragmentos. La sala de las momias está bastante cerca del final de la escalera.
               En esa sala están los muertos reales, cada uno de ellos en una vitrina y con un

           paño  mortuorio  púrpura  desde  el  pecho  hasta  los  pies,  como  signo  de  respeto  y




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