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Relatos y ocurrencias de un pueblo, ALTAGRACIA. | F. V. R.
otras muchas, referencias que hoy en día dan cuenta de las esenciales vivencias de un
pueblo que la historia canónica despreciaba como indicador, como clave esencial también
de la historia como ciencia social. Esos hechos subjetivos de la historia que no se tomaban
en cuenta antes, en nuestros días constituyen acopios fundamentales para tener un
conocimiento más certero de nuestras sociedades y una mejor comprensión de los pueblos
en su dimensión humana, ya que la historia a secas, como macrorrelato de los
acontecimientos del pasado, no es más que historia muerta y estéril al momento de
aproximarnos a la realidad concreta de nuestros pueblos. De allí que Relatos y ocurrencias
de un pueblo: Altagracia, de Francisco Nené Villarroel, tiene la virtud de mostrarnos la
manifestación del espíritu de una población como material valioso para quienes deseen
conocer la forma “de pensar, de sentir, de imaginar y de actuar”, de un pueblo, “una mezcla
química de esos cuatro y aún otros más elementos simples, que constituyen en suma un
sistema mental”, como puntualiza Barros. Es esa la química que nos permite inferir cómo
son nuestros pueblos, cuánta trascendencia, cuánta filosofía, cuánta historia, valga la
redundancia, corre de boca en boca en esas colectividades que, en pueblos como Altagracia,
contribuyen a su felicidad y a la grandeza de su posteridad. El afán que ha tenido Nené
Villarroel de preservar tales ocurrencias están más allá de cualquier capricho o vana
pretensión, ya que teóricos modernos han reivindicado “el valor civilizador del
conservadurismo como manera eficaz de detener la nueva ola culturalista, que devasta sin
respeto ni consideración los ideales sobre los que ha sustentado la humanidad, y por cuyo
olvido o menosprecio, en nombre de lo novedoso o innovador, hace peligrar” (2); tesis
conservadora que insurge ante la avasallante globalización y el culturalismo uniformador.
Este resquicio de resistencia ante las corrientes transnacionales globalizadoras, ha dado
lugar a una contraparte interesante, la “glocalización”, híbrido que combina lo local con lo
global, ya que otra aberración sería vivir ajeno a los acontecimientos del mundo. Unido a la
glocalización conseguimos el término japonés “dochaku”, lo que equivale a decir “el que
vive en su propia tierra”. Nada más esperanzador para los pueblos del mundo que articular
el “dochaku” japonés con la receta del hoy obligante conservadurismo; por muy marginal
que sea el aporte en este sentido, no deja de ser relevante para el conocimiento futuro de
nuestras comunidades. Tanto en su primer libro Vivencias (2002) como en Altagracia,
pueblo de decimistas y decimeros (2012) Nené Villarroel pone el énfasis en la tradición
familiar y cultural de su pueblo, Altagracia, y apreciamos cómo en el segundo libro
adelanta unas “Ocurrencias gracitanas”, las que pasan a primer plano en su actual
producción. Relatos y ocurrencias de un pueblo: Altagracia da para interpretaciones
sociológicas, antropológicas, políticas y hasta económicas, vistas desde el entramado
singular de la anécdota, el gracejo y el relato sincero de una gente en la que, pespunteando
aquí y allá, sobresale el carácter de un pueblo feliz por el exultante humor que brota de la
franca conversación durante el descanso o del día de fiesta porque es el merecido agasajo
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