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Miércoles, 19 de noviembre de 1718





                      Por alguna razón, no paro de darle vueltas al tema de los nativos. No me cuadra mucho, pero


                      quién sabe, si son sus costumbres, no se puede hacer nada. El capitán, al verme preocupado,

                      decidió seguir con la búsqueda del tesoro, pero esta vez conmigo.





                      Una vez explorando la isla, mi capitán me contó que los nativos le dijeron que el tesoro estaba

                      en algún sitio de la isla, específicamente en el volcán. Impresionado por la capacidad de mi


                      capitán para moverse por la isla, me caí por un pequeño barranco. Dañado por la caída, miré

                      hacia arriba y logré ver la silueta de mi capitán justo antes de desmayarme.





                      Cuando desperté, no estaba con el capitán ni con mis camaradas, sino en una cueva con una


                      nativa. Ella me curó y me explicó que mis compañeros no vendrían a buscarme y que si lo

                      hacían, mejor no les siguiera. No entendí nada de lo que dijo. ¿Por qué debería huir de mi


                      capitán?





                      Como ese día estaba herido y tenía como compañía a una joven chica, decidí pasar la noche

                      allí, charlando con la nativa. Creo que nos hemos hecho amigos.








                      Jueves, 20 de noviembre de 1718





                      Hoy, cuando me he despertado, mi amiga seguía durmiendo. Al ver que mis heridas estaban

                      curadas decidí volver al barco, pero ella me suplicó que no lo hiciera.





                      Por muy buena amiga que sea, mi lugar está con esa tripulación. Pero ella insistía en que no

                      me  reuniera  con  ellos.  Viendo  mi  escepticismo,  me  contó  algo  desgarrador.  Me  dijo


                      barbaridades como que mi capitán destruyó su pueblo y mató a todos los nativos, menos a

                      ella. Cabreado por lo que dijo, empezamos una discusión, pero, de repente, atraído por los


                      gritos, apareció él: Barbanegra.





                      Al  principio  parecía  sorprendido,  pero  luego  me  alagó  por  encontrar,  según  él,  semejante

                      entretenimiento. En ese momento no lo entendí, pero, por desgracia, luego sí. Fuimos todos al


                      barco, mi amiga incluida y celebramos una fiesta.





                      Cuando se hizo de noche, el capitán se llevó a mi amiga a su habitación y todos nos fuimos a

                      dormir. Esa noche, por alguna razón, quise morir.


































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