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LA VIDA DEBE SER CONJUGADA, NO POS-
TERGUES TUS SUEÑOS
La vida es muy diferente a cómo te la imaginas cuando te gradúas del
colegio y se te planta en la cabeza y el corazón el objetivo de estudiar
una carrera tan larga y de tanta fortaleza mental, como es la medicina;
y digo fortaleza mental, ¡si!, no porque sea necesario ser un genio para
completarla, sino, un verdadero porfiado, ya que está llena de obstáculos
a superar de forma valiente y decidida.
En fin, difiere mucho la ilusión de la realidad, y finalmente soñar no
cuesta nada, así que con ese ánimo y ese ímpetu es que, tiernamente,
empecé los estudios con el deseo de ser médico.
Pasan los años, paso a paso, entre multiplicidad de libros y diversas
temáticas conforme a cada cátedra recibida; luego, de la teoría a la prác-
tica. Con los años de preparación, y el coraje en la sangre por servir y
ayudar a la gente, justamente en los momentos más difíciles, cuando se
quebranta la salud, es que aprendí a ser médica.
Entendí que no todo tiene solución, y eso no significa no buscarla
hasta el último; comprendí que, como médico, tengo límites, ya que
soy tan ser humano como el paciente al que estoy atendiendo, y que no
siempre podré sacarlo adelante pese a todo el esfuerzo realizado, porque
en definitiva la vida está regida por Dios. Y es en esos momentos es en
dónde adquirí madurez tanto emocional como profesional, y con ello hu-
mildad, que es lo que en realidad engrandece a una persona.
Puesta en escena pasé por la rural; año de trabajo duro y con los re-
cursos que había, y luego a la residencia asistencial, con jornadas de sol
a sol, de absoluta responsabilidad por la simple razón de estar dedicada
a cuidar y a salvar vidas de la gente, para llegar por fin, a cristalizar el
sueño de practicar la medicina. En este punto es donde conocí y escuché
un sin número de anécdotas de la vida médica y cotidiana; y, en memoria
de eso, me permito contar que, en mi cotidianidad, dedicada a la salud
del adulto mayor, he escuchado muchas historias, e incluso he sido par-
tícipe de unos pocos chascos por estar al cuidado de este grupo etario,
tan particular en su forma de ser; ya sea por las patologías propias de la
edad, como la demencia, o a consecuencia de las enfermedades crónicas
o degenerativas.
Este es el caso de una adulta mayor que en su juventud no pudo ca-
sarse, ante la decisión de adoptar al hijo de su hermana, quien quedó
huérfano, Entonces, como en aquella época ser soltera con descendencia
era mal visto, no pudo experimentar esta otra etapa de la vida durante los
años mozos. Como consecuencia, desarrolló una conducta particular, de
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