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El colchonero
Me llamo Ramón, Tengo setenta y pico,
bueno, hoy cumplo setenta y cuatro.
Frente a la cama que ocupaba en la celda,
había una mancha de humedad que tenía aspectos
variados dependiendo de mi estado de ánimo y del
ángulo en que se lo mire.
Antes de ayer desperté melancólico y parecía
una nube oscura que huía de una tormenta sobre
la pintura gris de la pared.
Estaba particularmente abstraído por
los recuerdos, los cuales me condujeron hasta los
días en que vivía en un barrio humilde en la
avenida Rodríguez Peña (al fondo), cerca de la
barraca La Unión. En esa casita donde nací, allí
pasé mi niñez hasta que la muerte arrebató la vida
de mi madre tras un largo sufrimiento.
Siendo todavía muy joven, quedé al cuidado de
don Juan Saravia. Mi padre fue huraño, pero buen
compañero, decía que el colchonero era un artista.
De él adquirí los conocimientos de colchonería
como él los recibiera del suyo. Nuestro hogar
tenía un local al frente, al costado de este un
pasillo angosto en cuyos márgenes estaban las
plantas medicinales dejadas allí por mis abuelos.
Por esta sucesión de ladrillos hábilmente
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