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preocupaba,  solo  los  peces  lo  mantenían

      alerta.
             Preparó todo para el amanecer, el día estaba
      calmo. Se dirigió a la señal de inicio y echo la red al

      agua.
             Espero  veinte  minutos  que  duraba  su  red
      para recorrer ‘la cancha’ según la jerga pescadora,

      llaman  a  una  sección  del  lecho  del  río  libre  de
      trabas,  las  que  fueron retiradas  precedentemente
      para tal fin. Las manos traspiradas y la boca seca

             como evidente  señal  de  la  ansiedad  que  le
      daba estar atento a la marca que fijaba el final de la
      labor  que  generalmente  es  alguna  chimenea  que
      sobresale en la ciudad.

             Sonreía  constantemente  como  saboreando
      de antemano el logro que se suscitaría pronto.

             —¡Ha  llegado  el  momento!— pensó  y  se
      aferró con energía a la boya de la punta y comenzó
      a izar la maya  y a depositarla desordenadamente
      en la tabla fija sobre las cuadernas de su canoa.

             ¡Una,      dos,     diez     brazadas       de     hilos
      enmarañados  y  ningún  pez! Pero  se  calmó
      un poco, pensando que con todos los metros que

      aún faltaban en recoger, alcanzaban
             para marcar  el  triunfo.  Cuando  hubo  sacado
      más de la mitad, la duda comenzó a corroerlo y de

      la  tímida  incertidumbre  pasó  a  la  zozobra  más

                                                                    22
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