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entonaba las estrofas de una canción melodiosa a

           la sombra de la noche y frente a la ventana de su
           amada,  porque  es  un  regalo  espléndido  que
           siempre  será  apreciado  por  una  mujer  de  buena

           crianza.  Vinimos  aquí  después  de  quedar
           huérfanos  y  de  dudar  por  varias  semanas  si
           debíamos  abandonar  ese  terreno  estéril,  triste  y

           polvoriento, pero básicamente vacío de ilusiones.
                  Al  arribar  y  después  de  seguir  las
           indicaciones  de  otros  pobres  como  nosotros,

           limpiamos  un  amplio  lote.  Este  lugar  aciago  nos
           pareció  el  paraíso.  Aquí  no  había  que  acarrear
           agua porque la sacábamos fresca y limpia de una
           canilla pública a solo veinte metros de la casa. La

           luz  eléctrica  amenizó con  música  y  programas  de
           televisión nuestros atardeceres, alejándonos de los

           silencios demoledores  embebidos  de  nostalgias.
           Como  único  bastión  de  aquella  otra  vida  trajimos
           las chapas, puertas y el carro con algunos equinos
           junto a un reducido grupo de muebles gastados y

           rústicos.  Este  nuevo  albergue  posee  un  pequeño
           corral y un galpón para guardar los arneses. Aquí
           de  a  poco  todo  conseguimos  trabajo.  Carlos  es

           fletero  con  el  carro  y  de  noche  junta  cartones  y
           botellas.  Juan  es  albañil  en  una  empresa  y  yo
           vendo diarios y lotería en una esquina en el centro

           de la ciudad. En algunas oportunidades ellos salían

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