Page 17 - Gabriel Gacía Márquez - El coronel no tiene quien le escriba
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El coronel no tiene quien le escriba
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            proceso de justificación que duró ocho años. Luego necesitó seis  años  más  para
            hacerse incluir en el escalafón. Esa fue la última carta que recibió el coronel.
               Terminó después del toque de queda. Cuando iba a apagar la lámpara cayó en la
            cuenta de que su mujer estaba despierta.
               -¿Tienes todavía aquel recorte?
               La mujer pensó.

               -Sí. Debe estar con los otros papeles.
               Salió del mosquitero y extrajo del armario un cofre de madera con un paquete de
            cartas  ordenadas  por  las fechas y aseguradas con una cinta elástica. Localizó un
            anuncio de una agencia de abogados que se comprometía a una gestión activa de las
            pensiones de guerra.
               -Desde  que estoy con el tema de que cambies de abogado ya hubiéramos tenido
            tiempo hasta de gastarnos la plata -dijo la mujer, entregando a su marido el recorte de
            periódico-. Nada sacamos con que nos la metan en el cajón como a los indios.
               El  coronel  leyó  el  recorte fechado dos años antes. Lo guardó en el bolsillo de la
            camisa colgada detrás de la puerta.
               -Lo malo es que para el cambio de abogado se necesita dinero.
               -Nada de eso -decidió la mujer-. Se les escribe diciendo que descuenten lo que sea
            de la misma pensión cuando la cobren. Es la única manera de que se interesen en el
            asunto.
               Así  que  el  sábado  en  la  tarde  el coronel fue a visitar a su abogado. Lo encontró
            tendido a la bartola en una hamaca. Era un negro monumental sin nada más que los
            dos colmillos en la mandíbula superior. Metió los pies en unas pantuflas con suelas de
            madera  y abrió la ventana del despacho sobre una polvorienta pianola con papeles
            embutidos en los espacios de los rollos: recortes del «Diario Oficial» pegados con goma
            en viejos cuadernos de contabilidad y una colección salteada de los  boletines  de  la
            contraloría. La pianola sin teclas servía al mismo tiempo de escritorio. El abogado se
            sentó  en  una  silla  de resortes. El coronel expuso su inquietud antes de revelar el
            propósito de su visita.
               «Yo le advertí que la cosa no era de un día para el otro», dijo el abogado en una
            pausa del coronel. Estaba aplastado por el calor. Forzó hacia atrás los resortes de la
            silla y se abanicó con un cartón de propaganda.
               -Mis agentes me escriben con frecuencia diciendo que no hay que desesperarse.
               -Es lo mismo desde hace quince años -replicó el coronel-. Esto empieza a parecerse
            al cuento del gallo capón.
               El  abogado  hizo  una descripción muy gráfica de los vericuetos administrativos. La
            silla era demasiado  estrecha  para sus nalgas otoñales. «Hace quince años era más
            fácil»,  dijo. «Entonces existía la asociación municipal de veteranos compuesta por
            elementos  de  los  dos  partidos.» Se llenó los pulmones de un aire abrasante y
            pronunció la sentencia como si acabara de inventarla:
               -La unión hace la fuerza.
               -En  este  caso  no  la hizo -dijo el coronel, por primera vez dándose cuenta de su
            soledad-. Todos mis compañeros se murieron esperando el correo.
               El abogado no se alteró.



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