Page 16 - Revista Digital Mandrágora Edición Mayo
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Confesiones
Soy esposa, madre, ama de casa y costurera innata. Hace unos días, mientras lavaba
los platos escuché un fuerte sonido proveniente de la calle, no es mi costumbre salir
ante cualquier novedad, pero en esta ocasión sentí un impulso grande por hacerlo, se
trataba de un choque de motos. En una de las motos viajaba una pareja de matrimonio,
ninguno de los dos llevaba casco, y en la otra un señor que venía por la calle contraria
a toda velocidad pasándose el disco “PARE”. Los conductores solo cayeron al piso,
mientras que la joven acompañante salió volando, cayendo y raspándose totalmente los
pómulos de la cara, golpeando fuertemente su cabeza contra el pavimento. Todos los
vecinos, incluyéndome, salimos para prestar auxilio a los heridos.
Al darme cuenta de la grave condición de la joven, me comprometí en llevarla al
hospital en mi carro, el sitio quedaba lejos y teníamos que atravesar la ciudad.
Mientras viajábamos trataba de tranquilizarla, puesto que se alteró al ver su rostro por
el espejo del retrovisor. Ante esta emergencia el tráfico no ayudaba mucho, los carros
y motos se atravesaban imposibilitándome avanzar. En nuestra llegada al hospital, me
metí con el carro directamente en emergencia, no podía perder tiempo porque a la
mujer le dolía con más fuerza la cabeza, esperé que se baje y posterior fui a
parquearme en el estacionamiento, me bajé y, como nunca, corrí para alcanzarla. Al
llegar a emergencias, nuevamente, ya la estaban atendiendo, me preocupaba porque se
le imposibilitaba caminar, según nos indicó la doctora de turno, tenía que tomarse unas
tomografías de urgencia debido a la posibilidad de coágulos de sangre, y de ser así,
tenía que tratarse de inmediato.
La joven me pidió que la acompañe a las tomografías, ese lugar al que yo no quería
llegar es un lugar de recuerdos muy dolorosos, fue justamente allí donde ingresaron de
emergencia a mi madre el último día que se mantuvo viva. Mientras caminábamos,
regresé al consultorio por una silla de ruedas, la joven realmente estaba debilitándose y
yo sabía que en una silla de ruedas podría llevarla de volada a las tomografías, pero en
ese transcurso su esposo apareció con su hermana. Fue sorprendente lo que vi, un
Milagro o, mejor dicho, la falta de amor propio que nos tenemos… La joven corrió
hacia el esposo para ayudarlo a ingresar, ella misma se acercó a ventanilla para dar el
número de identidad, y de un brinco lo llevó al consultorio dando gritos de
–“HÁGANSE A UN LADO”-olvidándose que ella era la que con urgencia necesitaba
ser atendida. No sé dónde quedó la Mujer herida ¿Dónde quedó la Mujer que lloraba al
ver su rostro deforme? Yo no sabía si llorar o salir corriendo de ahí ¡No sabía si
felicitarla por ser una heroína o preguntarle dónde había quedado su amor propio!