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RASSINIER : La mentira de Ulises
extrahumanitarios, ofrecen muchos argumentos, y de no poca importancia, que irritan los
ánimos de la masa anónima de los internados. Y si, a propósito de uno y otro caso, se habla
algún día de impostura filosófica ello no tendrá nada de extraño.
Los espíritus maliciosos podrían incluso añadir que David Rousset probablemente fue
salvado de la muerte por el Kapo alemán Emile Künder, que le consideraba como
perteneciente a esta élite revolucionaria, que por este motivo le manifestó una gran amistad y
que hoy reniega de él.
Esto sea dicho sin perjuicio de otras salvedades.
EL POSTULADO DE LA TEORÍA.
«Es normal, cuando todas las fuerzas vivas de una clase están en juego en la
batalla más totalitaria hasta ahora inventada, que se les impida a los adversarios
hacer daño y, si es necesario, se les extermine.» (Página 107.)
Es inatacable. Su conclusión, enunciada inmediatamente después, lo es mucho menos:
«La finalidad de los campos es la destrucción física.» (Ibíd.)
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No se puede dejar de observar que, en el propio postulado, la destrucción física está
subordinada a la necesidad y no decretada por principio: se considera solamente para los casos
en que la medida del internamiento no bastase para poner al individuo fuera de la posibilidad
de dañar.
Después de tal paso o de una libre deducción de esta talla, no hay razón alguna para
detenerse y se puede escribir:
«La orden lleva la señal del amo. El comandante del campo ignora todo. El
Blockführer ( ) ignora todo. El Lagerältester ( ) ignora todo. Los ejecutores ignoran
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todo. Pero la orden indica la muerte y el género de muerte y la duración necesaria
para hacer morir. Y en este desierto de ignorancia, es suficiente.» (Página 100.)
lo que constituye una manera de dar consistencia al cuadro, de llevar la responsabilidad
sobre las «altas esferas» señaladas por Martin-Chauffier, y permite deducir un plan
preestablecido de sistematización del horror, que se justifica por una filosofía.
«El enemigo, en la filosofía de la S.S., es la potencia del mal intelectual y
físicamente expresado. El comunista, el socialista, el liberal alemán, los
revolucionarios, los resistentes extranjeros son las figuraciones activas del mal.
Pero la existencia objetiva de ciertas razas: los judíos, los polacos, los rusos, es la
expresión estática del mal. No es necesario a un judío, a un polaco o a un ruso
actuar contra el nacionalsocialismo: por su nacimiento, por predestinación, son
heréticos no asimilables, destinados al fuego apocalíptico. La muerte no tiene pues
sentido completo. Sólo la expiación puede satisfacer, apaciguar a los señores.
Los campos de concentración son la sorprendente y compleja máquina de la
expiación. Los que deben morir van a la muerte con una lentitud calcutada para
que su degeneración física y moral, realizada por grados, les vuelva
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finalmente conscientes de que son malditos, expresiones del mal y no de los
hombres. Y et sacerdote experimenta una especie de placer secreto, de íntimo
deleite, en aniquilar los cuerpos.» (Páginas 108 y 109.)
Por lo que se ve cómo partiendo de los campos de concentración entendidos como
medio de impedir a los enemigos el hacer daño, se puede hacer fácilmente de ellos
instrumentos de exterminio por principio y escribir hasta el infinito sobre la finalidad de este
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Soldado de la S. S. Responsable de la vida de un bloque.
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Jefe de los presos, escogido entre ellos por la S.S.
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