Page 36 - Rassinier Paul La mentira de Ulises
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RASSINIER : La mentira de Ulises
Las dieciocho treinta: formación que dura hasta las veintiuna. Antes de acostarnos,
tenemos todavía que coser nuestros números sobre las prendas que acabamos de recibir, en la
parte izquierda del pecho para la chaqueta y el capote, bajo el bolsillo derecho en el pantalón.
11 de marzo, las cuatro treinta: diana.
Cinco treinta: formación hasta casi las diez. ¡Estas formaciones! En marzo, en el frío,
llueva o haga viento, tenemos que permanecer de pie horas y horas para ser contados una y
otra vez. Esta es una formación general para todos aquellos, sin distinción de bloque, que han
sido designados para el transporte, y tiene lugar en la plaza, ante la torre.
A las once, la sopa.
A las catorce horas, nueva formación que dura hasta las dieciocho o las diecinueve:
hemos perdido la noción del tiempo.
12 de marzo: nos despertamos como de costumbre, formación de cinco y media a diez.
Formaciones, siempre formaciones. Quieren volvernos locos. A las quince, abandonamos
definitivamente el bloque 48 y, tras una estancia de algunas horas en la plaza, somos
conducidos al bloque del cine, donde pasamos la noche, los más favorecidos sentados, la
mayoría de pie.
Al día siguiente, nos despertamos a las tres y media, una hora antes de lo habitual. Se
nos lleva junte a la torre, donde esperamos de pie, para ser embarcados, en la noche, en el frío,
sin
[65] nada en el vientre desde el día anterior a las once. Entre las siete y las ocho subimos a
los vagones.
Viaje sin nada de particular. Nos ponemos cómodos y charlamos. Tema: ¿adónde
iremos? El tren toma la dirección oeste: a Colonia, eso es. ¡Hemos ganado! Alrededor de las
dieciséis para en pleno campo, en una especie de apartadero donde bajo la nieve, chapotean en
el lodo unos seres desgraciados, pálidos, sucios, con unos harapos rayados al igual que
nuestra ropa nueva. Descargan vagones, cavan en unas obras de canalización, transportan la
tierra extraída. Unos individuos con brazalete y un número bien vestidos, rebosantes de salud,
les aguijonean con amenazas, injurias y porras de goma. Está prohibido hablar a los que
trabajan. Al pasar a su lado, si casualmente están fuera del alcance de la vigilancia, nos
atrevemos a preguntarles en una voz lo más baja posible:
-- Dime, ¿dónde estamos?
-- En Dora, amigo, no has terminado de estar en la m...
Fernando y yo, nos miramos. Difícilmente llegamos a creer al charlatán optimista de
Colonia. Sin embargo, un gran desánimo nos invade, los brazos nos cuelgan lacios, sentimos
pasar la sombra de la muerte.
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