Page 111 - Confesiones de un ganster economico
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                                         Arabia Saudí y el caso del

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                         E  n 1974, un diplomático de Arabia Saudí me mostró unas fotografías de
                            Riad, la capital de su país. En una de las fotos se veía un rebaño de cabras
                         que hurgaba entre montones de desperdicios al lado de unas oficinas públicas.
                         Cuando pregunté al diplomático, su respuesta me escandalizó. Dijo que las
                         cabras eran el principal sistema de recogida de residuos de la ciudad.
                            —Ningún saudí que se respete a sí mismo se dedica a recoger la basura —
                         dijo—. Eso se lo dejamos a los animales.
                            ¡Cabras! En la capital del reino petrolero más grande del mundo. Era
                         increíble.
                            En esa época yo formaba parte de un grupo de asesores que trataban de
                         hilvanar una solución para la crisis del petróleo. Las cabras me permitieron
                         intuir de qué manera iría germinando dicha solución, sobre todo teniendo en
                         cuenta los esquemas de desarrollo de aquel país durante los últimos tres siglos.
                            Su historia está llena de episodios de violencia y fanatismo religioso. En el
                         siglo XVIII un caudillo local, Muhammad ibn Saud, se alió con los
                         fundamentalistas de la ultraconservadora secta wahabí. La unión se evidenció
                         poderosa y durante los dos siglos siguientes la familia Saud y sus aliados
                         conquistaron la mayor parte de la península arábiga, incluidas las dos ciudades
                         más santas, La Meca y Medina.
                            La sociedad saudí era un reflejo de las ideas puritanas de sus fundadores y
                         en ella se impuso una interpretación estricta de las creencias coránicas. Una
                         policía religiosa se encargaba de hacer cumplir el mandato de las cinco
                         oraciones diarias. Las mujeres debían taparse desde la cabeza hasta los pies. Los
                         delitos se castigaban con severidad. Las decapitaciones y lapidaciones públicas
                         eran moneda corriente. En mi primera visita a Riad quedé muy sorprendido
                         cuando mi chófer me dijo que podía dejar la cámara, el portafolios e incluso la
                         billetera a la vista dentro del coche,

























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