Page 115 - Confesiones de un ganster economico
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                         compañías estadounidenses de ingeniería y construcción. Se me ordenó que
                         me encargase personalmente y sin requerir la colaboración de mi equipo, a
                         cuyo fin quedé secuestrado en una salita de reuniones varios pisos más arriba
                         de donde estaban los despachos de mi departamento. Se me advirtió que mi
                         trabajo era asunto de seguridad nacional y además prometía gran rentabilidad
                         para MAIN.
                            Yo había comprendido, por supuesto, que en este caso la finalidad primaria
                         no era la acostumbrada —echar sobre el país un fardo de deuda que nunca
                         pudiese reembolsar—, sino encontrar procedimientos para conseguir que una
                         gran parte de los petrodólares emprendiesen el camino de regreso a Estados
                         Unidos, de tal manera que Arabia Saudí quedase comprometida, su economía
                         cada vez más entrelazada con la nuestra y dependiente de ella. Al mismo
                         tiempo era de suponer que el país iría occidentalizándose y, por tanto,
                         simpatizaría más con el sistema en que se integraba.
                            Tan pronto como puse manos a la obra entendí que las cabras trashumantes
                         por las calles de Riad eran la clave simbólica, el punto álgido de aquellos
                         saudíes que volaban por todo el mundo en clase preferente. Las cabras estaban
                         pidiendo ser reemplazadas por algo más apropiado para ese reino del desierto
                         impaciente por ingresar en el mundo moderno. También sabía que los
                         economistas de la OPEP recomendaban la adquisición de más productos de
                         alto valor añadido por parte de los países productores, a cambio del petróleo de
                         éstos. En vez de limitarse a exportar el crudo, decían los economistas, esos
                         países debían desarrollar industrias propias. Es decir, utilizar el petróleo para
                         producir derivados que se venderían al resto del mundo a precios superiores a
                         los obtenidos con la venta del crudo.
                            Esta doble conclusión abría la puerta a una estrategia que, a mi parecer,
                         prometía una situación en la que todos saldrían ganando. Por supuesto, las
                         cabras no serían más que el comienzo. Las rentas del petróleo se emplearían
                         en contratar compañías estadounidenses que sustituirían a aquéllas por
                         sistemas modernos de recogida y tratamiento de residuos, los mejores que se
                         encontrasen en el mundo, para que los saudíes pudiesen enorgullecerse de su
                         progreso técnico.
                            Para mí las cabras eran uno de los elementos de una ecuación que sería
                         aplicable a casi todos los sectores de la economía del reino, y una fórmula para
                         el éxito a ojos de la familia real, del departamento estadounidense del Tesoro y
                         de mis jefes en MAIN. De acuerdo con esa fórmula, el dinero se asignaría a la
                         creación de un sector industrial centrado en la transformación del crudo en
                         productos derivados exportables. Así crecerían en el desierto grandes
                         complejos petroquímicos y, alrededor de























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