Page 120 - Confesiones de un ganster economico
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                          ellos mismos recibían ya más información conforme iban perfilándose los detalles
                          del ingenioso plan.
                            De acuerdo con lo que íbamos sabiendo, Washington deseaba que los saudíes
                         garantizasen el aprovisionamiento de petróleo en volumen y precio. Estos valores
                         podían fluctuar pero siempre debían mantenerse en los límites de lo aceptable para
                         Estados Unidos y nuestros aliados. Si otros países como Irán, Iraq, Indonesia o
                         Venezuela amenazaban con el embargo, Arabia Saudí con sus inmensos recursos
                         petrolíferos intervendría para cubrir la diferencia, y la simple constancia de que
                         podía hacerlo a la larga sería suficiente para disuadir a los demás países de *
                         considerar siquiera el embargo. A cambio de esta garantía, Washington ofrecería a
                         la Casa de Saud un acuerdo irresistiblemente seductor: Estados Unidos se
                         comprometía a darle pleno apoyo político y (en caso necesario) militar, con lo que
                         aquélla perpetuaría su dominio sobre el país.
                             Era un trato al que la Casa de Saud prácticamente no podía negarse, teniendo
                          en cuenta su ubicación geográfica, su debilidad militar y su vulnerabilidad, en
                          todos los sentidos, frente a vecinos como Irán, Siria, Iraq e Israel. En lógica
                          consecuencia, Washington utilizaba su ventaja para imponer otra condición crítica.
                          Era una condición susceptible de redefinir el papel del gangsterismo económico en
                          el mundo —y de proporcionar un modelo que luego trataríamos de aplicar en
                          otros países, en especial Iraq. En retrospectiva, a veces me cuesta entender cómo
                          pudo Arabia Saudí aceptar esa condición. Desde luego el resto del mundo árabe,
                          la OPEP y otros países islámicos se escandalizaron cuando descubrieron los
                          términos del acuerdo y la manera en que la casa real había capitulado ante las
                          exigencias de Washington.
                             Esa condición fue que Arabia Saudí dedicase sus petrodólares a comprar bonos
                          de la deuda pública estadounidense. A cambio, los intereses devengados por estos
                          títulos serían invertidos por el departamento estadounidense del Tesoro de manera
                          que garantizasen el despegue de aquella sociedad medieval y su entrada en el
                          mundo industrializado y moderno. O dicho de otro modo, el interés calculado
                          sobre los miles de millones de dólares de la renta petrolera del reino serviría para
                          pagar a las compañías estadounidenses encargadas de realizar la visión que yo y
                          (era de suponer) algunos de mis competidores habíamos concebido a fin de
                          transformar a Arabia Saudí en una moderna potencia industrial. Nuestro propio
                          departamento del Tesoro nos contrataba, pagando los saudíes, para construir
                          proyectos de infraestructura y hasta ciudades enteras en toda la península árabe.
                             Aunque los saudíes se reservaban poder opinar en relación con la naturaleza
                          general de esos proyectos, la realidad era que un cuerpo

























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