Page 121 - Confesiones de un ganster economico
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escogido de forasteros (la mayoría infieles, según la manera de ver de los
musulmanes) iba a determinar tanto el aspecto como la sustancia económica de
la península árabe, y esto en un reino fundado sobre los principios wahabíes
más conservadores y regido con arreglo a ellos durante un par de siglos. Era
pedirles un acto de fe muy grande, pero habida cuenta de las circunstancias y de
las probables presiones políticas y militares que sin duda debió poner en juego
Washington, me pareció que no le quedaban muchas alternativas a la familia
Saud.
Desde nuestro punto de vista, las perspectivas de inmensos beneficios
parecían no tener límites. Era una prebenda extraordinaria, con posibilidades de
constituirse en precedente. Y para hacerla todavía más apetitosa, nadie se vería
en la necesidad de solicitar la aprobación del Congreso, trámite siempre odiado
por las corporaciones y más especialmente por las compañías privadas como
Bechtel y MAIN, que prefieren no abrir sus libros a nadie ni tener que
compartir sus secretos. Thomas W. Lippman, especialista adjunto al Middle East
Institute y en su día periodista, resume con elocuencia los puntos destacados de
aquel acuerdo:
Los saudíes, atiborrados de efectivo, entregarían cientos de millones de
dólares al Tesoro y éste controlaría los fondos hasta que se necesitasen para
pagar a los vendedores o al personal. Con este sistema se garantizaba el
reciclado del dinero saudí devolviéndolo a la economía estadounidense
[...] También se garantizaba que los gerentes de la comisión pudieran
abordar cualesquiera proyectos acordados entre ellos y los saudíes sin
necesidad de dar explicaciones al Congreso. 4
El establecimiento de los parámetros para esta histórica empresa llevó menos
tiempo del que cualquiera habría imaginado. Pero luego, como es natural,
faltaba determinar la manera de implementarlos. A fin de poner en marcha el
proceso tendría que desplazarse a Arabia Saudí alguna de nuestras autoridades,
pero del máximo nivel. El cometido era sumamente confidencial y nunca he
sabido con exactitud quién fue. Creo que enviaron a Henry Kissinger.
Quienquiera que fuese, su primera misión consistiría en recordarle a la familia
real lo ocurrido en la vecina Irán cuando Mosaddeq quiso deshacerse de los
intereses petroleros británicos. A continuación, debió describir aquel plan tan
atractivo —demasiado para no aceptarlo—, dando a entender de paso que los
saudíes no tenían muchas alternativas más. No dudo de que se quedaron con la
clara impresión de que, o bien
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