Page 166 - Confesiones de un ganster economico
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                        sellos oficiales de los diplomas y certificados que vemos encuadrados en los
                        consultorios de los médicos y de los abogados.
                           Aquellos documentos me retrataban como a un economista muy competente, jefe
                        de departamento en una consultoría prestigiosa, y que viajaba por todo el mundo para
                        realizar una amplia gama de estudios gracias a los cuales el planeta se convertiría en
                        un lugar más civilizado y próspero. El engaño no estaba en lo que decían, sino en lo
                        que callaban. Mirado desde fuera, es decir, objetivamente, me era forzoso confesar que
                        tales omisiones planteaban muchas interrogantes.
                           No se mencionaba, por ejemplo, mi reclutamiento por la NSA ni la vinculación de
                        Einar Greve con los militares ni su función de enlace con la NSA. Como es evidente,
                        tampoco mencionaban las tremendas presiones a que yo estaba sometido para que
                        inflase las predicciones económicas, ni que la mayor parte de mi trabajo servía para
                        facilitar la concesión de créditos enormes que países como Indonesia y Panamá jamás
                        podrían devolver. No se incluía ningún elogio a la integridad de mi predecesor,
                        Howard Parker. Tampoco, evidentemente, ninguna mención al hecho de que fui jefe
                        de previsión de carga gracias a mi disposición para suministrar los estudios
                        tendenciosos que necesitaban mis jefes, en vez de decir lo que creyese verdadero,
                        como Howard, y hacerme despedir. Pero lo más sorprendente era la última anotación
                        en la lista de mis clientes: U. S. Treasury Department, Kingdom of Saudi Arabia.
                           Una y otra vez releía esa línea misteriosa. Me preguntaba cómo lo interpretaría la
                        gente. Habría quien se interrogaría por la relación entre el Departamento del Tesoro
                        estadounidense y el reino de Arabia Saudí. Otros supondrían una errata tipográfica:
                        dos líneas diferentes, confundidas en una por la omisión de un punto y aparte. Pocos
                        lectores acertarían con la verdad: que figuraba escrito así por una razón concreta. En el
                        mundo en donde yo me movía, los que formaban parte de este círculo entenderían que
                        yo había participado en el equipo que gestionó el tratado del siglo, el tratado que
                        cambió el rumbo de la historia pero que nunca asomó a las páginas de los periódicos.
                        Yo había ayudado a crear el acuerdo que garantizó la continuidad de los suministros
                        de petróleo para Estados Unidos, salvaguardó la dominación de la casa de Saud y.
                        contribuyó a la financiación de Osama bin Laden y a la protección de delincuentes
                        internacionales como ldi Amin en Uganda. Aquella línea de mi curriculum estaba
                        escrita para los enterados. Decía que el economista jefe de MAIN era un hombre que
                        hacía honor a los encargos recibidos.
                           El último párrafo del artículo publicado por Mainlines era una observación
                         personal de la autora y ponía el dedo en la llaga:























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