Page 167 - Confesiones de un ganster economico
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                           Aunque la expansión de Estudios Económicos y Planificación Regional ha sido
                           rápida, John considera que ha tenido mucha suerte, en el sentido de que todos los
                           individuos contratados se han revelado como auténticos y laboriosos profesionales.
                           Mientras hablaba conmigo, sentados alrededor de su escritorio, el interés y el apoyo
                           que le merece su personal fueron tan evidentes como admirables.

                           En realidad yo nunca me he considerado un verdadero economista. Me licencié en
                        administración de empresas, con la especialidad de marketing, por la Universidad de
                        Boston. Siempre he sido muy malo en matemáticas y estadística. En el Middlebury
                        College mi especialidad fue la literatura norteamericana. Tenía buena pluma. Por
                        tanto, mi categoría de economista jefe y director del departamento de estudios
                        económicos y planificación regional no debía atribuirse a mi capacidad para la teoría
                        económica o la planificación. Era función de mi voluntad de suministrar el tipo de
                        dictamen y de conclusiones que mi jefe y mis clientes deseaban, todo ello combinado
                        con una facilidad natural para persuadir a otros mediante la palabra escrita. En
                        segundo lugar, tuve el acierto de elegir colaboradores muy competentes. Muchos de
                        ellos poseían un máster y había dos doctorados. Este equipo conocía mucho mejor que
                        yo mismo los detalles técnicos de nuestra actividad. Así, no era de extrañar que la
                        autora del artículo detectase que «el interés y el apoyo que le merece su personal»
                        eran «tan evidentes como admirables».
                           Guardé estos dos documentos y otros parecidos en el cajón superior de mi escritorio
                        y los releí con frecuencia. Después de esto, muchas veces salía de mi despacho y
                        paseaba entre los escritorios de mis ayudantes, contemplando a aquellos hombres y
                        mujeres que trabajaban para mí. Sentía remordimiento por lo que estaba haciéndoles,
                        y por la manera en que todos nosotros contribuíamos a ensanchar el abismo entre ricos
                        y pobres. Mi imaginación me representaba a los que mueren de inanición todos los
                        días, mientras mis colaboradores y yo dormíamos en hoteles de cinco estrellas,
                        comíamos en los mejores restaurantes y engordábamos nuestras carteras de
                        inversiones.
                           Pensé en el hecho de que personas a las que yo había formado hubieran pasado a
                        formar parte del gangsterismo económico. Yo las había reclutado e instruido. Pero la
                        situación no era la misma que cuando yo me incorporé. El mundo había cambiado y la
                        corporatocracia había progresado. Éramos mejores, es decir, más perniciosos. Los que
                        estaban a mis órdenes eran de otra especie. Para ellos no hubo detectores de


























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