Page 168 - Confesiones de un ganster economico
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mentiras de la NSA, ni ninguna Claudine. Nadie les explicó lo que se iba a exigir de
ellos, ni cuál iba a ser su parte en la misión del imperio global. Ellos nunca oyeron el
término «gangsterismo económico» ni las siglas EHM ni les advirtió nadie que
estaban en ello para toda la vida. Ellos simplemente se fijaron en mi ejemplo y en mi
sistema de castigos y recompensas. Sabían que estaban allí para entregar el tipo de
dictámenes y de resultados que yo exigía. Sus salarios, sus pagas extras de Navidad y
hasta sus mismos puestos de trabajo dependían de mi beneplácito.
Por supuesto, yo hice todo lo posible para aliviarles la carga. Escribí artículos,
pronuncié conferencias y aproveché todas las oportunidades para persuadirlos de la
importancia de las previsiones optimistas, de los grandes créditos, de las inyecciones
de capital que acelerarían el crecimiento del PIB y harían del mundo un lugar mejor.
Se necesitaron menos de diez años para llegar a este punto en que la seducción y la
coerción revestían una forma mucho más sutil: la de una especie de amable lavado de
cerebro. Aquellos hombres y mujeres sentados en la oficina contigua a mi despacho
con vistas a la bostoniana Back Bay saldrían al mundo para fomentar la causa del
imperio global. En todos los sentidos, eran creaciones mías, igual que yo lo era de
Claudine. Pero había una diferencia. A ellos se les mantenía en la candidez.
Pasé muchas noches en blanco pensando, cavilando sobre estas cosas. La alusión de
Paula a mi curriculum había abierto la caja de Pandora. Con frecuencia envidiaba la
ingenuidad de mis empleados. Yo los engañaba intencionadamente, pero al hacerlo les
ahorraba problemas de conciencia. Ellos no tenían que luchar con las cuestiones
morales que me atormentaban a mí.
También reflexionaba mucho sobre la noción de la integridad en los negocios,
sobre la contradicción entre las apariencias y la realidad. Es verdad, me decía, que
desde que hay historia los humanos se han engañado los unos a los otros. La leyenda y
la tradición popular abundan en cuentos de verdades tergiversadas y de contratos
fraudulentos: mercaderes de alfombras embusteros, prestamistas usureros y sastres
dispuestos a convencer al emperador de que sus ropas sólo son invisibles para él
mismo.
No obstante, por mucho que yo desease llegar a la conclusión de que todo seguía
igual que siempre y que tanto la fachada de mi curriculum en MAIN así como la
verdad que escondía eran meros reflejos de la naturaleza humana, en el fondo de mi
corazón sabía que no era así. Las cosas habían cambiado. Empezaba a comprender
que habíamos alcanzado un plano superior del engaño, uno que nos llevaría a la
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