Page 169 - Confesiones de un ganster economico
P. 169

elclubdelsoftware.blogspot.com



                        destrucción —no sólo moral, sino también física, en tanto que cultura—, a menos que
                        realicemos sin demora cambios significativos.
                           El ejemplo de la delincuencia organizada me parecía ofrecer una metáfora. Los
                        jefes de la mafia con frecuencia empiezan haciendo de matones callejeros. Pero, con
                        el tiempo, los que consiguen escalar las posiciones más altas cambian de aspecto.
                        Adoptan la costumbre de vestir impecables trajes a medida, regentan empresas legales
                        y se rodean de todos los atributos de la buena sociedad. Contribuyen a las
                        organizaciones benéficas y son miembros respetados de sus comunidades. No tienen
                        inconveniente en prestar dinero a las personas en apuros. Como el John Perkins
                        descrito en el curriculum de MAIN, aparentan ser ciudadanos modélicos. Cuando los
                        deudores no pueden pagar, aparecen los representantes del gangsterismo exigiendo su
                        parte. Si no la consiguen, intervienen los chacales con sus bates de béisbol. Y
                        finalmente, como último recurso, hablan las pistolas.
                           Comprendía que mi relumbrón de economista jefe y director de Estudios
                        Económicos y Planificación Regional no era un simple engaño de vendedor de
                        alfombras, frente al cual puede prevenirse el comprador. Formaba parte de un
                        siniestro sistema encaminado no a burlar al desprevenido cliente sino, más bien, a
                        impulsar la forma de imperialismo más eficaz y más sutil que el mundo haya conocido
                        nunca. Todos los empleados de mi departamento eran titulados superiores: analistas
                        financieros, sociólogos, economistas, jefes de estudios económicos, especialistas en
                        econometría, expertos en formación de precios y así sucesivamente. Sin embargo,
                        ninguno de esos títulos expresaba que cada uno de ellos fuera, a su manera, un
                        gángster económico al servicio de los intereses del imperio global.
                          Tampoco ninguno de esos títulos informaba de que todos nosotros no éramos más
                        que la punta del iceberg. Todas las grandes multinacionales —desde las que venden
                        zapatillas y otras prendas deportivas hasta las fabricantes de maquinaria pesada—
                        poseía sus EHM equivalentes. La marcha había comenzado y estaba acorralando
                        rápidamente al planeta. Los bandidos prescindían de sus cazadoras de cuero, se ponían
                        trajes de financieros y adoptaban un aire de respetabilidad. Hombres y mujeres salían
                        de los cuarteles generales de sus empresas en Nueva York, Chicago, San Francisco,
                        Londres y Tokio para desplegarse por todos los continentes y convencer a los políticos
                        corruptos de consentir que la corporatocracia cargase de cadenas a sus países —
                        forzando con ello a sus desesperados habitantes a vender sus cuerpos a los talleres
                        clandestinos, a las maquiladoras y a las líneas de montaje.

























                                                            169
   164   165   166   167   168   169   170   171   172   173   174