Page 81 - Drácula
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Drácula de Bram Stoker


                  Vendré y me sentaré aquí muy frecuentemente a trabajar. De
                  hecho, ya estoy ahora escribiendo sobre mis rodillas, y escu
                  chando la conversación de tres viejos que están sentados a mi
                  lado. Parece que no hacen en todo el día otra cosa que sentarse
                  aquí y hablar.
                         El puerto yace debajo de mí, con una larga pared de
                  granito que se introduce en el mar en el lado más alejado, con
                  una curva hacia afuera, al final de ella, en medio de la cual hay
                  un faro. Un macizo malecón corre por la parte exterior de ese
                  faro. En el lado más cercano, el malecón forma un recodo do
                  blado a la inversa, y su terminación tiene también un faro. Entre
                  los dos muelles hay una pequeña abertura hacia el puerto, que
                  de ahí en adelante se amplía repentinamente.
                         Cuando hay marea alta es muy bonito; pero cuando baja
                  la marea disminuye de profundidad hasta casi quedar seco, y
                  entonces sólo se ve la corriente del Esk deslizándose entre los
                  bancos de arena, con algunas rocas aquí y allá. Afuera del puer
                  to, de este lado, se levanta por cerca de media milla un gran
                  arrecife, cuya parte aguda corre directamente desde la parte sur
                  del faro. Al final de ella hay una boya con una campana, que
                  suena cuando hay mal tiempo y lanza sus lúgubres notas al
                  viento. Cuentan aquí una leyenda: cuando un barco está perdido
                  se escuchan campanas que suenan en el mar abierto. Debo
                  interrogar acerca de esto al anciano; camina en esta dirección...
                         Es un viejo muy divertido. Debe ser terriblemente viejo,
                  pues su rostro está todo rugoso y torcido como la corteza de un
                  árbol. Me dice que tiene casi cien años, y que era marinero de la
                  flota pesquera de Groenlandia cuando la batalla de Waterloo.
                  Es, temo, una persona muy escéptica, pues cuando le pregunté
                  acerca de las campanas en el mar y acerca de la Dama de Blan
                  co en la abadía, me dijo muy bruscamente:
                         —Señorita, si yo fuera usted, no me preocuparía por
                  eso. Esas cosas están todas gastadas. Es decir, yo no digo que
                  nunca sucedieron, pero sí digo que no sucedieron en mi tiempo.
                  Todo eso está bien para forasteros y viajeros, pero no para una
                  joven tan bonita como usted. Esos caminantes de York y Leeds,
                  que siempre están comiendo arenques curtidos y tomando té, y
                  viendo cómo pueden comprar cualquier cosa barata, creen en
                  esas cosas. Yo me pregunto quién se preocupa de contarles
                  esas mentiras, hasta en los periódicos, que están llenos de ha
                  bladurías tontas.




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