Page 76 - Comparto 'Vida de San Agustín' con usted
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despeinados,  sus  barbas  desgreñadas.  Acampaban  a  la

                  intemperie  y  sitiaban,  por  largo  tiempo,  las  ciudades  que


                  querían saquear.




                  Esta vez, le llegó el turno a Hipona. Ya cuando el imperio había

                  perdido su fuerza militar, solo quedaban algunos soldados que


                  ni  siquiera  podían  poner  orden  a  los  ciudadanos.  Era  más

                  eficaz la palabra del gran obispo que las armas de aquellos

                  soldados,  revestidos  de  su  instinto  de  superioridad  en  una


                  guerra que estaban a punto de perder. Muchos de ellos fueron

                  tomados como rehenes por los bárbaros y rescatados por el


                  obispo, hombre de Dios.




                  Llegó el momento en que Hipona fue asediada. Todo parecía

                  un caos, el miedo reinaba en las calles, el hambre dominaba


                  los corazones  y  el dolor se apoderaba de  aquel padre, que

                  sufría por sus hijos. Los monjes de Agustín luchaban junto a él,


                  para       mantener         la     esperanza          en      aquellas        gentes,

                  decepcionadas por las armas de Roma. El gran imperio que

                  brindaba seguridad, era sustituido por hombres que solo tenían


                  palabras,  historia  y  víveres  para  responder  a  la  invasión

                  bárbara a punto de penetrar los muros de “hiporegius”. Solo










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