Page 77 - Comparto 'Vida de San Agustín' con usted
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Agustín y sus monjes organizaban aquella ciudad vuelta un
desorden, mientras era cercada.
De Roma el Santo Padre envió navíos para recoger al gran
obispo, a su familia y los grandes escritos, que, entre los
momentos de descanso y por las madrugadas lograba trabajar.
¡Cuánto escribió este hombre! Su pluma fue su espada.
Los navíos estaban en el puerto a la espera del santo con sus
escritos y su familia, para trasladarlos y ponerlos a salvo. Mas
el amor por su pueblo; por sus hijos, santos y pecadores, le
obligó a llenar las barcas de personas vulnerables para
protegerlos de lo que allí estaba pasando.
Él decidió quedarse y correr la suerte de su pueblo. Todavía
pasó otro tiempo, y Agustín logró estar con sus fieles, en los
momentos más difíciles del cambio. Hasta que un día, todos
corrían como aquel día en que la partera asustada, no sabía
qué hacer, y Mónica con el dolor, esperando verlo nacer.
Nuevamente, Agustín luchaba por salir hacia una nueva vida.
En su habitación, en el lecho de muerte, mandó colocar salmos
penitenciales que le indicaban el camino que debía seguir.
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