Page 115 - Desde los ojos de un fantasma
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MANOLO Segundo, el panadero, entró a toda prisa en el Conversario. Tenía
               rastros de azúcar y harina en el delantal, en el bigote y hasta en las cejas.


               —¡Manolo ha cerrado la peluquería! —le anunció a Enrique sin siquiera saludar.
               Sus palabras contenían un entusiasmo extraño, como si la mitad de su ser
               estuviera en contra de la decisión del peluquero y la otra mitad festejara el fin de
               aquel negocio.


               —Pero, ¿por qué? —preguntó Alves confundido.


               —Abrieron una tienda de pelucas azules en el local que ocupaba.


               —¿Pelucas azules?


               —Los cortes de pelo son cosa del pasado, ahora te pones una peluca ¡y listo!
               Mira, yo ya tengo la mía —dijo Manolo mostrándole a Enrique una cabellera
               artificial de color azul y pelo largo y lacio que, sin embargo, comenzaba a
               ondularse graciosamente hacia las puntas.


               —¿La compraste para ti? —preguntó el señor Alves sorprendido.


               —Sí, es la última moda. En el camino me topé por lo menos con cuatro personas
               que llevaban la misma peluca.


               Alves no podía verlo, pero lo que Manolo Segundo le decía era verdad. Poco a
               poco su barrio se iba llenando de cabelleras color azul eléctrico. Hombres,
               mujeres, niños, ancianos y hasta mascotas iban cayendo en la red de la Smileys
               Fashion Adventure, o SFA, que era como algún ejecutivo de Smileys & Inc. &
               Inc. & Inc. & Inc. había bautizado aquel movimiento comercial, que no era ni
               moda ni mucho menos aventura.


               CR9, 11S, SFA: estos tiempos veloces son tierra fértil para abreviaturas, pelucas
               y maquillaje. Sobre todo mucho maquillaje. Y gracias a la Smileys Fashion
               Adventure todas las personas en el mundo comenzaron a ser iguales.
               Peligrosamente iguales. En Abiyán y en Bruselas; en El Cairo y en Santiago (de
               Chile o de Cuba, lo mismo daba ya).


               Enrique Alves y Manolo Segundo voltearon instintivamente hacia la peluca que
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