Page 164 - Desde los ojos de un fantasma
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Al doblar una esquina, y cuando Haruki se acercaba peligrosamente al ejecutivo

               de Smileys, apareció una de las famosas escaleras del barrio. Entonces Míster
               Pro Tercero, jugándose su última carta, se encaramó de rodillas sobre el
               portafolios, que colocó justo al borde del primer escalón, y utilizándolo como
               trineo se deslizó escaleras abajo a gran velocidad. Parecía que lograría escaparse
               de sus perseguidores pero de la nada apareció Quim Veloso, el frutero, quien
               vació una caja de madera repleta de limones que llevaba hacia su negocio y se la
               dio al japonés para que también la utilizara como deslizador. Incluso algunos
               limones que rodaron por la escalera le sirvieron a Haruki para tomar más
               velocidad.


               —¡Deténgase! —ordenó el japonés.


               —¡Eso quisiera! —respondió con total sinceridad el ejecutivo de Smileys.


               La escalera terminaba en una calle por la que cruzaban gran cantidad de
               vehículos. Parecía que todo estaba perdido para aquel par de pilotos de una
               extraña carrera de trineos por las escaleras de Alfama.


               —¡Bárbaros! ¡Se van a matar! —gritó una mujer que se había asomado a un
               balcón para tender unas sábanas, y que por la impresión las dejó caer sobre los
               tripulantes.


               La visibilidad, tanto de Haruki como de Míster Pro Tercero, se redujo por
               completo. A decir verdad, fue una suerte, porque no ha de ser grato ir trepado en
               un portafolios o en una caja de frutas a más de sesenta kilómetros por hora y sin
               frenos, y ver cómo te acercas a una calle en la que se ha detenido un tranvía de
               dos toneladas de peso.


               Faltaban diez metros.


               No podían ver pero cerraron los ojos.


               Faltaban cinco metros.

               Apretaron los dientes.


               El tranvía avanzó.


               Cruzaron la calle milagrosamente
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