Page 159 - Desde los ojos de un fantasma
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pasaron allí. Regresó de golpe hasta esa ciudad de Brasil a la que habían viajado
los dos para atrapar una escurridiza palabra que se escondía tras la expresión
portuguesa bonsucesso.
Después de vivir peligrosas aventuras, Ricardo y su padre pudieron por fin cazar
la palabra. La encontraron de madrugada. Agazapada entre los desperdicios que
un trapero revolvía en un descampado cercano al estadio de futbol del Cruzeiro.
Ricardo se abalanzó hacía la temblorosa palabra nunca pronunciada, pero su
padre lo frenó.
—¡Déjala! —ordenó el viejo—. No digas nada. No se te ocurra pronunciarla.
Sólo contémplala. Mira qué hermosa es.
La palabra, al darse cuenta de que no sería pronunciada, se tranquilizó y con
cierto donaire se dejó admirar. El trapero, que no entendía absolutamente nada
de lo que sucedía a su alrededor, continuó su trabajo. Después de unos instantes
la palabra nunca pronunciada desplegó sus alas y emprendió el vuelo.
A lo lejos se oían los tambores de una hinchada de futbol. Celebraban un
campeonato que ni a Ricardo ni a su padre les correspondía. Entonces, de la calle
más oscura de Belo Horizonte surgió un taxi, al que subieron para regresar a su
hotel. En el descampado quedó el trapero. De su montón de basura comenzaron
a surgir extrañas palabras que hasta ese momento habían permanecido ocultas.
Palabras de un idioma que muy pocos habían pronunciado.
Esa noche el joven inventor descubrió que había palabras que era mejor dejar en
libertad.
—Bonsucesso —musitó Ricardo ante el dibujo de Sara.
—¿Qué dijo? —preguntó el señor Alves.
—De verdad que los dibujos de su hija son magníficos —respondió dejando
atrás el territorio del recuerdo—. Logran transmitir los secretos de las ciudades
que representan.
—Lograban —dijo Enrique con cierta tristeza.
—¿Por qué dice eso?