Page 160 - Desde los ojos de un fantasma
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El dueño del Conversario sacó de un cajón los más recientes dibujos de Sara. O,

               mejor dicho, las copias del mismo dibujo aburrido que la niña venía repitiendo
               desde hacía un tiempo: edificios espejo, perros de plástico, parques sin árboles y
               la misma calle reproducida una y otra y otra vez. Igual que en aquellos viejos
               dibujos animados de la televisión, del tiempo en que Ricardo y el señor Alves
               eran niños, en los que el escenario por el que se desenvolvían los personajes era
               un mismo fondo que se repetía hasta el infinito.


               —Tiene razón, aquí dice Lima —dijo el inventor de palabras sin poder ocultar su
               decepción mientras señalaba un dibujo—, pero lo mismo daría si pusiera Yakarta
               o Dublín. Los últimos dibujos son prácticamente idénticos.






               Mientras el señor Alves y Ricardo observaban la colección de Ciudades
               Habladas, un cliente entró al locutorio. Vestía una ridícula camisa multicolor, y,
               sin mirar nunca a los ojos de Enrique, le solicitó una cabina para hacer una
               llamada local. Perdido en sus pensamientos, casi sin darse cuenta, el dueño del
               Conversario le dijo que la cabina número 4 estaba disponible.


               El empleado de Smileys corrió con suerte, ya que desde allí, mientras hacia la
               llamada, podía observar con toda tranquilidad los movimientos de sus enemigos.
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