Page 154 - Desde los ojos de un fantasma
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AMANECIÓ. El cielo de Lisboa teñido por una luz azul pupila de gato despertó
               a todos los personajes de esta historia. O a casi todos: Juan Pablo y la estatua de
               Pessoa continuaban encerrados en la oscura habitación del departamento de

               seguridad de la rua Garrett viviendo una noche que no les correspondía. La
               misma noche equivocada que en Tokio estaba a punto de envolver a la señora
               Mahoko. En el lejanísimo departamento de calle Ozuki habrá de sonar el
               teléfono y la madre de Haruki no sabrá si sueña o está despierta. Pero para eso
               faltan unas cuantas horas.


               No nos adelantemos.


               Como cada mañana, Sara caminó hacia su escuela, que quedaba en el Barrio
               Alto. Cruzó la Baixa. Pasó a un lado del ascensor de Santa Justa y tomó la rua
               Garrett con la intención de cruzarse con el señor Pessoa y darle los buenos días.


               —¡Buenos días, señor…! —pero Sara no pudo terminar la frase porque en lugar
               de encontrarse con la estatua de todos los días quedó cara a cara con un enorme
               perro de plástico.


               —¿Dónde dejaron al señor Pessoa? —le preguntó la pequeña, precisamente, al
               mismo joven a quien Juan Pablo había interrogado el día anterior.

               —¿Por qué tanto revuelo? No es más que una estatua. La subieron a una bodega

               —respondió el mesero con desgano pero sin quitar la sonrisa boba—. Ayer me
               hicieron la misma pregunta tonta.


               —¿Quién?

               —El dueño de esa cazadora —dijo el joven, señalando la prenda que todavía
               colgaba del farol—. Antes de subir cantó un fado. Debe de ser una contraseña

               para entrar. ¿Vas a pedir algo o nada más viniste a quitarme el tiempo?

               Sara no contestó nada porque ya estaba descolgando la triste cazadora. Sabía
               perfectamente que pertenecía a Juan Pablo porque ya otras veces la había

               salvado de los olvidos de su dueño. La cazadora suspiró aliviada. Incluso unas
               lagrimillas estuvieron a punto de brotar de sus ojos… es decir, del cuello
               (recordemos la extraña anatomía que tienen las cazadoras). Sara dobló con
               mucho cuidado la prenda y la metió a su mochila. Después se quedó mirando
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