Page 197 - Desde los ojos de un fantasma
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Si descontamos el absoluto desconocimiento sobre literatura que dejaba entrever
el malhechor al confundir a Fernando Pessoa con un vaquero del viejo oeste,
debemos aceptar que su argumento resultaba muy convincente: los secuestrados
sufren vejaciones y no al revés. Lo mismo pensó el comandante, y de inmediato
giró órdenes a sus subordinados.
—Liberen al rehén, detengan a los bañistas de sauna y al fadista, y lleven a la
niña a la comandancia para que algún familiar se haga cargo de ella.
“¡Alto ahí, bribones!”, gritó otro jefe de la policía dando un espectacular giro
sobre la alfombra, igual al que dan los comandos de asalto en las películas de
acción, los señores con forma de pastelillo de vainilla en algunas novelas y en
general los comandantes lisboetas cuando irrumpen por sorpresa. En el giro, el
oficial perdió la gorra que le cubría la cabeza, pero lo ignoró para encarar al
enemigo. La puerta seguía igual de rota y una astilla se le clavó en la mano al
guardián del orden. Otros policías también entraron al departamento, aunque
algunos tuvieron que esperar en el pasillo porque el departamento estaba
prácticamente lleno. Quien sí pudo ingresar hasta el pequeño salón fue un
hombre de colorida camisa.
—¡Comandante Pauletta!
—¡Comandante Pereira!
—¡Míster Ex Doble!
—¡Míster Ru!
—¡Este individuo afirma que aquí se está cometiendo un secuestro! —anunció el
comandante recién llegado señalando hacia Míster Ru.
—Así es. Como verá, ya hemos detenido a los presuntos responsables y estamos
por liberar a la víctima —dijo el otro jefe policiaco señalando hacia el
malhechor, aún esposado a la estatua.
—Pero ese es precisamente el secuestrador —anunció Míster Ru.
—Es lo que tratamos de explicarle desde hace rato —dijo el señor Alves.