Page 41 - Desde los ojos de un fantasma
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YA DIJIMOS que Enrique Alves se había hecho amigo de todos los vecinos de
               Alfama. Vecinos que al mismo tiempo eran los dueños o encargados de los
               diferentes negocios del lugar. Pero entre todas aquellas personas había alguien

               que era su mejor amigo.

               Me refiero a Juan Pablo.


               La ventaja de las novelas es que no necesitamos esperar una eternidad para
               encontrarnos con alguien que transita por sus páginas. Para ver a tus primos o a
               tu amigo Javier debes ir en su busca o esperar a que tus padres te lleven con él.


               En los libros es diferente.


               Llamas a quien necesitas, ¡y ya está!


               Los personajes siempre están a la espera de que alguien abra un libro o de que un
               escritor pida su comparecencia para presentarse a trabajar. Ser personaje debe de
               ser duro. Es un trabajo de veinticuatro horas. Los habitantes del mundo de la
               ficción son como los policías o los bomberos: no tienen descanso. No saben en
               qué momento se enfrentarán con la emergencia.


               Imagina lo horrible que sería abrir tu libro y que no pudieras leerlo porque el
               personaje central está de vacaciones.


               Un gran escritor portugués, António Lobo Antunes, afirma que los buenos libros
               son esos que emiten palpitaciones de vida mientras están en el librero. Pasas por
               ahí distraído y una fuerza extraña, que proviene del libro, te hace voltear hacia
               él.


               Quién sabe si adentro hay una fiesta o una guerra, el caso es que esos libros,
               libros insomnes los llama don António, te obligan a abrirlos y a perderte entre
               sus páginas.


               Y si los libros son insomnes, imagina cómo deben de ser los pobres personajes
               que habitan en ellos: siempre atentos, dispuestos al llamado de los lectores.
               Como el pobre de Juan Pablo, quien ahora mismo ha tenido que salir de su
               letargo para sonreír tímido, mientras lo voy describiendo.
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