Page 45 - Desde los ojos de un fantasma
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joven al desventurado muchacho atrayéndolo, con la otra garra, poco a poco

               hacia sus fauces—. ¿Y sabes por qué?

               Pero François no estaba en condiciones de responder nada: si no podía tragar
               unos cuantos mililitros de saliva, menos podría articular palabra.


               Los dientes le rechinaban.


               Sudaba frío.


               Temblaba.


               Y una lagrimita comenzó a brotar de sus ojos.


               —No me gustan los chicos como tú porque me da lástima que tengan que
               ocultarse tras lo material habiendo en la naturaleza tantas cosas bonitas.


               Y entonces Angelina le torció la cabeza al joven para ponerlo de frente a una
               ventana por la que entraba la belleza de una diminuta uña de la luna color
               naranja. Una luna que estaba a trece días de volverse llena.


               La niña loba soltó al pobre François, que se dejó caer vencido sobre la mesa.
               Parecía un muñeco de trapo al que le acabaran de robar el alma.


               —Pero no entiendo… —comenzó a balbucear el chico después de unos
               segundos, demostrando que la terrible experiencia no le había quitado lo tonto
               —. ¿Cómo te convertiste en loba si hoy no hay luna llena?


               —No es bueno creer todo lo que te dicen los cuentos… Y a propósito —agregó
               Angelina con la mejor de sus sonrisas pero aún en estado de plena licantropía—,
               en el mercado de pulgas tu cazadora no pasa de los veinte euros.


               Después la joven salió del bar. Le quedaban unos minutos para tomar el último
               metro que habría de pasar por la Gare de Lyon. Debía darse prisa.


               La prenda era la menos culpable, pero le tocó a ella pagar los platos rotos y
               acabó malbaratada en una tienda de artículos de segunda mano. Imagina la
               tristeza que la pobre cazadora sintió al verse abandonada de aquella forma. Pasó
               varios meses colgada ante las miradas indiferentes de los paseantes de la Avenue
               des Gobelins. Hasta que la rescató Juan Pablo, quien había viajado a París para
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