Page 49 - Desde los ojos de un fantasma
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LOS SÍNTOMAS de la enfermedad global que comenzó a contagiar Lisboa
               asomaron de una manera lenta pero constante. Igual que esas lluvias que parecen
               inofensivas y al cabo de un rato tienen a los desprevenidos caminantes

               completamente empapados.

               El señor Alves seguía recibiendo a sus clientes con palabras de bienvenida pero
               ellos parecían ignorarlo; o en el mejor de los casos respondían a su saludo con

               sonrisas descompuestas. Sonrisas que no lograban conseguir su objetivo básico:
               iluminar el momento, llenar el rostro de luz.

               Digamos que las sonrisas de la gente estaban contaminadas. En lugar de brillar

               eran opacas, sucias, daban miedo.

               El mal no cayó sobre todas las personas (pero casi).


               No era algo que impidiera sostener una conversación (pero casi).


               Quienes estaban libres del padecimiento no corrían a encerrarse en sus casas
               (pero casi).


               No se puede afirmar con certeza cuándo comenzó, igual que nadie puede
               asegurar en dónde inician una tormenta o un resfriado. El caso es que la falsa
               felicidad lo había invadido casi todo. La mayoría de las conversaciones, los
               rostros, y hasta las Ciudades Habladas que Sara dibujaba, comenzaron a perder
               su encanto.


               El mundo empezó a uniformarse de manera peligrosa.


               Todo era aburridamente parecido.


               Faltaba el inapreciable milagro del contraste.
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