Page 61 - Desde los ojos de un fantasma
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LOS SÁBADOS por la tarde Juan Pablo canta su repertorio de fados en la
Oficina Esotérica, un pequeño local que se encuentra en la Rua dos Douradores
en la Baixa de Lisboa. A pesar de ser muy chica, la Oficina Esotérica tiene dos
giros: funciona como café cantante y como proveedora de artículos de magia.
Desde el ventanal que da a la calle se puede ver un escaparate en el que se
exhiben los productos más variados para practicar el noble arte de la hechicería:
dispensarios que contienen ingredientes inimaginables. Básculas diminutas para
pesar raciones infinitesimales: dos micras de diente de león, una mininada de
flor de calabaza, un suspiro de ángel. Cazos de todos los tamaños, velas,
máscaras, candelabros, imágenes de santos y demonios, libros escritos en
lenguas que ya nadie (o casi nadie) comprende.
En resumen: si tú eres bruja o hechicero y vives en Lisboa, la Oficina Esotérica
es una visita obligada para surtir tu alacena, tu clóset (o donde sea que los
señores del misterio gusten guardar sus enseres de trabajo). Además, después de
hacer tus compras, puedes sentarte en una de las mesas a tomar un bebedizo
mientras escuchas la voz de algún fadista.
Y si es en sábado, será la de Juan Pablo.
El fado es el vapor que desprende la saudade. Un suspiro hecho canción que se
introduce en el espíritu por efecto de la luz naranja de la tarde (o por culpa de
alguna luna llena que se aparece de pronto por los rumbos del Castillo de San
Jorge).
Algunas personas muy sensibles; los fadistas por ejemplo, pueden transformar la
saudade en canción. Otros la convierten en poesía o en pintura, pero la mayoría
de los que alguna vez pasean por Lisboa deben contentarse con sentir sus efectos
agradablemente melancólicos.
Así también es el fado. Un sabroso dolorcito a la altura del alma.
Aunque interpretaba algunos fados clásicos, Juan Pablo casi siempre cantaba
canciones de su propia inspiración.